Héctor A. Gil Müller
En los últimos años de mi vida, que han sido los pasados 42 años, he escuchado (en los primeros años no consciente pero presente) que el tipo de cambio ha hecho lo que se le ha antojado. El peso frente al dólar ha tenido un peregrinar cuya conclusión siempre era un encarecimiento de los productos y de la vida. Es tan cambiante el tipo de cambio que sería imposible nombrar a un perro “el dólar” porque tendría un serio problema de identidad. El dólar ha cambiado de 3 pesos por dólar a más de 26 pesos por dólar, que si le sumamos los 3 ceros que le quitamos a la moneda pues suena mucho más feo.
Recientemente el tipo de cambio ha estado en la opinión pública, aunque ahora a la inversa, el peso se ha apreciado en los últimos meses y ha vencido algunas fronteras que se antojaban impenetrables. La apreciación del peso, según lo que he podido leer se debe a diversos factores, algunos incluso incidentales, otros provocados y otros inadvertidos. Como casi todo en la vida, por cierto. El ingreso de remesas al país, los anuncios bancarios en los diversos países y el aumento de las tasas en nuestro país han confluido para fortalecer la moneda creando el que han llamado “súper peso”, que desde los hermanos “brazo”, en la lucha libre mexicana no se había oído tal mención.
El fenómeno ha servido para advertir que no todo es color de rosa, y que, si bien una moneda fuerte representa un beneficio a cierto sector de la población, su apreciación también lleva dolores de cabeza a otros sectores económicos. ¿No será que andamos buscando siempre la meta de un camino que no termina?, ¿hasta que punto queremos encontrar en momentos el destino?, pensamos que una fluctuación en la moneda ya es consecuencia y condición de la conclusión de todos los problemas.
Bien escribió Francisco de Quevedo, el máximo representante del conceptismo barroco español, en su poema; “poderoso caballero” una breve, pero profunda descripción del dinero que, llegando de las indias a Europa se entierra y se pierde. Así nos pasa con los momentos que no se aprovechan. La vida se construye no solo por minutos, sino por momentos, así como una golondrina no hace verano, un momento tampoco hace futuro si no se le significa e inspira lo siguiente en su justa proporción. Cuando un momento solo se disfruta y no se siembra nos condenamos a la frustración de un “hubiera”.
Nuevamente México tiene una oportunidad, un momento, no un futuro, un momento, pero parece que Groucho Marx era mexicano cuando afirmó: “¿Por qué debería preocuparme por la posteridad? ¿Qué ha hecho la posteridad por mí?” La llegada de Tesla no nos hace potencia, el peso apreciado no nos hace potencia, son momentos que bien combinados, lecciones que bien aprendidas nos hace crecer y nos advierte futuro. El éxito es un proceso, no un suceso que se encuentra o coincide. Porque si Quevedo describió al dinero, 295 años después de su nacimiento y a 530 kilómetros de distancia, Antonio Machado escribiría; “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.