Arturo Tecuatl
Sueño de muchos, recuerdo vivo de familias enteras, divertida y pintoresca forma de viajar, con jarros de pulque, tlatloyos, taquitos de chile relleno… nostalgia del gremio ferrocarrilero y fechoría del neoliberalismo. De forma injusta, inaceptable un día el tren de pasajeros dejó de circular por los parajes verdes y azules de Tlaxcala y sobrevino la obscuridad.
De un plumazo, autoridades malignas y perniciosas sentenciaron a este medio de transporte de personas y sus cosas, al triste oxidamiento a la vera de alguna estación. Vecindades de pobres a bordo de carros de ferrocarril dejados allá al castigo del tiempo, a su perenne deterioro en tanto chatarras habitadas por gentes y sus almas lastimadas, heridas de muerte por por esa decisión canalla e incomprensible.
Y no me digan que la extinción del ferrocarril de pasajeros se justifica por las modernas camas de aire de autobuses clasistas, sí de primera para el que tenga dinero y pague el atraco que le cobren, o de segunda, antes entre guajolotes y huacales; hoy con unidades retacadas, cumbias, reguetón y covid, palabrotas, atracadores, conductores de pata pesada para el acelerador y lengua larga para acosar a gritos a quienes han de atascar su bus.
Si en el sureste vamos a tener Tren Maya, y en el norte está la maravilla del Chepe, en Jalisco el Tequila Exprés, y hasta en Hidalgo sueñan con el Tren Tolteca, me da rabia que teniendo como tenemos a la gobernante más votada, más popular, chambeadora como hormiguita y buena para el bisne, no hemos siquiera escuchado de ella un susurro que nos reviva del marasmoso cuatroteísmo de la casta divina, las sábanas de seda y el fingimiento de cálidos abracitos como sugiriendo: yo te apapacho y tú no la hagas cansada.
Imaginen ustedes a una secretaria de Turismo que en lugar de hacerla de meritoria mesera en su restaunte taurino para ricos, tuviera el encargo de planear y ejecutar las rutas de tren de, las haciendas, la gastronomía, el pulque, los parajes, la Malinche, las viejas estaciones (donde por cierto puede hacer verdaderas galerías o museos) para visitantes encantados, embrujados por el chucu-chucu del tren, que nos lleve a Puebla, a México, a Xalapa, y nos traiga de regreso así, con una sonrisa de lao a lao, porque vimos a la gente reactivar su economía y a las autoridades ganando su sueldo, verdad, convenciéndonos que detentar el poder siendo nieta de gobernadores no fuera el ser por el ser la meta, sino superarlos, enmendarlos y no como ocurre y sucede, haberse echado a la orilla del camino de los negocillos de poca monta y nulo compromiso social.
Evoquemos un paseo dominical entre estaciones de ensueño y pueblo ganando sus centavos. Soñemos con una gobernante creativa, con vergüenza y no sin ella, dedicada a ver cómo transcurre la vida entre la exhibición de ser lo que no es, de hacer como que es Pueblo pero en realidad poco le interese serlo, como no lo es, medrar de él dándose baños, sí de pueblo.
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