Staff/Rossi
Académicas de la Universidad Iberoamericana analizan el por qué muchas personas alrededor del mundo muestran resistencia a ser vacunadas
Alrededor del mundo y por distintos motivos, hay personas que cuestionan la efectividad de las vacunas, a pesar de que se ha dicho podrían ayudar a poner fin a la pandemia por COVID-19 y a que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha asegurado que son el mayor avance contra las enfermedades en la historia de la humanidad.
Docentes de tres licenciaturas de la IBERO reflexionaron sobre esta situación. Entre otras razones, destacaron que las personas deciden no vacunarse, a pesar de la peligrosidad del virus y sus variantes, a causa de la desinformación que hay alrededor de las inoculaciones, a las teorías de conspiración y la infodemia.
Para la Mtra. Raquel Saed, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la IBERO, muchas de las personas que son escépticas a la vacunación se basan en teorías de conspiración, así como en temas ideológicos y políticos.
En ese sentido, la docente añade que estas teorías surgen por el desencanto de las personas respecto al contexto que estamos viviendo, donde no hay un avance para todos y en el que sólo algunos grupos se benefician.
La especialista explica que el argumento que ha reforzado el sentir de las personas antivacunas y confirmado las teorías de conspiración es que a pesar de la vacunación contra el COVID-19, los contagios y las muertes continúan. Sin embargo, se saca de contexto, pues desde un principio se ha informado que la vacuna serviría para evitar que se agudice la enfermedad, la llegada al hospital y que las personas no fallezcan.
De acuerdo con la OMS, la mayoría de las recientes hospitalizaciones y muertes por el nuevo coronavirus en el mundo son precisamente de personas no vacunadas. Recientemente, este organismo ha informado que la variante Ómicron causa una enfermedad menos grave que Delta, pero sigue siendo un ‘virus peligroso’, sobre todo para quienes no están vacunados.
Alrededor de tres mil millones de personas en el mundo no han recibido ni siquiera una primera dosis, debido a una pobre distribución y al acaparamiento de los países desarrollados, ha dicho la OMS. Por lo cual, mientras el virus siga circulando, sobre todo en personas no vacunadas, las posibilidades de que aparezca una nueva variante más mortal es un riesgo latente.
Para Saed, la política de identidad también influye en la decisión de las personas para no vacunarse, pues hay quienes no necesariamente son escépticas, sino que simplemente siguen a otras personas que deciden no inocularse.
La desinformación
Para la Dra. Fernanda Cobo, académica del Departamento de Derecho de la IBERO, lo más preocupante del movimiento antivacunas es la desinformación que hay alrededor del tema, lo cual puede ocasionar daños a otras personas debido a que puede incidir en la decisión de padres, madres o tutores de vacunar o no a niñas y niños.
A pesar de que es importante tener claro que las personas que no creen en las vacunas también tienen derechos y que se insertan en una sociedad en la que también tienen una corresponsabilidad, a la docente le preocupa que estas campañas de desinformación vayan más allá del tema de COVID-19 y que ciertas decisiones se fortalezcan ante otro tipo de padecimientos que también requieren vacunación, sobre todo durante la niñez.
En ese sentido, la coordinadora de las Clínicas Jurídicas del Departamento de Derecho, explica que en ese caso se está hablando de violación a los derechos de terceros y a los intereses de la niñez porque existen enfermedades en las que las y los menores de edad son quienes resultan mayormente afectados si no están vacunados.
Al respecto, la especialista en derecho a la salud señala que el problema está cuando el tema de las personas antivacunas se traslada al ámbito de lo privado. Es decir, al hecho de que las personas necesitan estar vacunadas para no enfermar, para disminuir la prevalencia o la incidencia de enfermedades en una población determinada.
“Aquí es cuando entramos al choque de los derechos de terceros. Hay un componente de salud individual y un componente de salud colectiva o pública. Es decir, el tema de la vacunación tiene que verse desde la óptica de preservar la salud individual y desde pensar que estamos insertos en una sociedad en donde nos rigen parámetros que no sólo velan por la salud individual, sino pública”, dice la académica.
Recordó que de acuerdo con la Ley General de Salud, la vacunación es una medida de seguridad sanitaria, así como el aislamiento y la cuarentena. Por lo cual, hizo una reflexión sobre hasta qué punto las personas son corresponsables no sólo con su salud, sino con la de terceros.
El caso del movimiento antivacunas
La académica recuerda el caso del médico Andrew Wakefield, quien presentó en la revista científica The Lancet una investigación sobre un estudio a niñas y niños que habían sido vacunados con la MMR (siglas en inglés de las enfermedades sarampión, paperas y rubéola) y que habían desarrollado comportamientos autistas y problemas gastrointestinales.
A pesar de que esta investigación fue considerada un fraude -pues en 2004 el periodista Brian Deer del Sunday Times, descubrió la falta de ética del científico-, sentó las bases para un movimiento social de las personas antivacunas, pues generó una ola de desconfianza internacional sobre las vacunas y sus efectos, una situación que sigue vigente.
Tolerar la diferencia
La OMS ha dicho que el brote de COVID-19 y la respuesta correspondiente han estado acompañados de una infodemia masiva. Es decir, de una cantidad excesiva de información ‒en algunos casos correcta, en otros no‒ que dificulta que las personas encuentren fuentes y orientación fidedigna cuando las necesitan.
El término infodemia se refiere al gran aumento del volumen de información relacionada con un tema particular que puede volverse exponencial en un periodo corto, debido a un incidente concreto como la pandemia actual. En esta situación, aparecen en escena la desinformación y los rumores, junto con la manipulación de la información con intenciones dudosas. Este fenómeno se amplifica mediante las redes sociales, propagándose más lejos y más rápido, como un virus.
A propósito, la Dra. Ana Lilia Villafuerte, académica del Departamento de Psicología, dice que parte de lo que se está viviendo y que ha tenido que ver particularmente con las personas que son antivacunas es la infodemia, misma que dificulta al acceso a fuentes confiables para tomar decisiones.
Asimismo, la psicóloga también destaca que la decisión de vacunarse o no de las personas también tiene que ver con la diversidad del pensamiento, las creencias y la espiritualidad, pues dan identidad.
A las personas nos gusta pertenecer a algo. De hecho, hay quienes se han vacunado por el hecho de no quedar mal, pero no porque piensen que eso marcará una diferencia en su salud o en la erradicación de la pandemia.
“El hecho de que una persona se diga antivacunas le da identidad y quizá tiene que ver con cuestiones que son de orden espiritual o religioso, pues hay religiones que no permiten hacer trasplantes o transfusiones”, apunta.
De acuerdo con la docente, las personas tienen el derecho a elegir lo que quieren para sí mismas. “Hay quienes creen que la tierra es plana, en esos casos, no podemos más que respetar sus creencias. Todas y todos tenemos derecho a ser espirituales, a creer en una religión y a tener orientación sexual. Se puede no estar de acuerdo con alguien, pero es importante respetar su derecho a elegir”.
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