Nuevos paradigmas retóricos y maquillaje de la realidad

Ricardo Homs

No cabe duda que el país está pasmado, ha perdido la capacidad de asombro, pues está atrapado en paradigmas retóricos que esconden confusiones conceptuales que pueden justificar cambios drásticos y radicales, generados desde el gobierno, los cuales impactarán la vida cotidiana de México.

Conceptos como transformación, evolución, revolución, cambio, conservadurismo, neoliberalismo, por citar algunos, se utilizan cantinflescamente como etiquetas para maquillar rudas realidades que pueden impactar la estructura política y social de nuestro país. Se utilizan sin congruencia y hasta fuera de contexto.

El riesgo grave es que cuando no hay claridad en los significados y surge la confusión, es cuando cada quien entiende lo que quiere y le conviene y los funcionarios de niveles jerárquicos inferiores interpretan las cosas a su manera y en su beneficio.

En México el lenguaje siempre ha sido un elemento fundamental para manipular la realidad. Maquillamos los hechos con palabras que ocultan crudas verdades. Desde renombrar a la vejez como “la tercera edad”, a la prostitución como “sexoservicio” y otras denominaciones sensibles que acostumbramos en México renombrar para evitar utilizar la palabra popular, cargada de crudeza en su significado, lo cual da origen en el ámbito gubernamental a manejos lingüísticos simbólicos.

Desde hace muchos años se maquillan de sexenio en sexenio programas e instituciones gubernamentales, con nombres persuasivos y rimbombantes, para seguir haciendo lo mismo.

Hoy se utiliza la misma estrategia lingüística, pero con mayor frecuencia que antes, para maquillar decisiones de gran trascendencia y así obtener el apoyo popular. Se rescatan conceptos pasados de moda y en desuso, palabras, dichos y frases populares que hoy se promueven con nuevas connotaciones y un dejo de humor e ironía.

Vemos que el manejo del humor está jugando un decisivo papel para banalizar lo importante y trascendental, disfrazándolo de ocurrencia, con el fin de lograr que su impacto pase desapercibido.

El mexicano ha creado un metalenguaje tan poderoso, que se ha convertido en un código cultural sólo descifrable a partir de la intuición. Por ello le hemos perdido respeto a las palabras y las utilizamos incluso en doble sentido, para que el sentido explícito de su significado se convierta en una coartada cuando lo que hemos dicho genera conflicto.

De este modo el mensaje cifrado es entendido sólo por nosotros, los mexicanos, mientras queda oculto para los demás hispanoparlantes.

Hoy más que nunca el lenguaje gubernamental se ha convertido en un actor protagónico de la cuarta transformación, pues mueve con gran fuerza expectativas, rencores, venganzas, esperanzas y muchos sentimientos, así como emociones profundas.

Desde Cantinflas y Borolas, hasta el Payaso Brozo y Derbez, por citar algunos, se ha construido un legado de comediantes que sustentan su sentido del humor en el uso ingenioso del idioma. La palabra para el mexicano es una materia dúctil, que se acomoda a las circunstancias y así no compromete.

Por ello nuestros modismos idiomáticos, de corte local, han tenido y siguen teniendo alto impacto como referente de moda en el resto de los países iberoamericanos, donde la gente joven los adopta.

Es importante entender e interpretar cómo las palabras se están utilizando con fuerza demoledora para generar tendencias mediáticas en las redes sociales, para desgastar la reputación de instituciones y personas y poner al sujeto destinatario de los adjetivos calificativos en posición vulnerable y de indefensión.

Así vemos que hoy que la Comisión Nacional de Derechos Humanos está más activa que nunca en toda su historia, es que está recibiendo descalificaciones y críticas desde el gobierno federal.

Hay abuso de la libertad de expresión para desgastar la reputación de organismos y personas incómodas para las estructuras gubernamentales, con el fin de restarles credibilidad ante la ciudadanía.

Esto puede interpretarse como una velada represión para las voces críticas que surgen desde los diferentes ámbitos de la sociedad, así como desde las instituciones del Estado Mexicano que son independientes del gobierno y se encargan de vigilar la correcta actuación de las autoridades

Este hoy es el caso de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, (CNDH), pero en el momento en que hubiese diferendos, podrá también ser el destino del Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI), del Instituto Nacional Electoral (INE) y otros organismos más, que tienen la encomienda de vigilar que las actividades públicas sean equitativas, justas y democráticas.

Ya vimos hace varios meses lo que sucedió en el Tribunal Electoral, (TEPJF), cuando la magistrada Janine Otálora Malassis se vio forzada a renunciar a la presidencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación después de haberse validado la victoria de Martha Erika Alonso como gobernadora de Puebla.

Hoy todo se justifica retóricamente, subordinado las decisiones impopulares a argumentaciones como lo es el precio que debemos pagar los mexicanos para combatir la corrupción de “los gobiernos anteriores”. Con este argumento se justifican en Notimex las liquidaciones agresivas de personal, sin que reciban las contraprestaciones a que tienen derecho los trabajadores.

Es muy importante concientizarnos los mexicanos de que independientemente de los cambios que se realicen en el país para generar justicia social, lo cual es muy necesario, debemos preservar la independencia absoluta, así como la autonomía, de las instituciones públicas que garantizan la vida democrática de México. Estas instituciones representan un avance social y político hacia un modelo de nación que garantiza equidad, acceso a oportunidades de mejoría económica para todos los mexicanos, así como el libre ejercicio de nuestros derechos ciudadanos.

Si se perdiera la autonomía de estas instituciones creadas para proteger los derechos de los ciudadanos frente a los gobiernos, a mediano plazo habría un retroceso grave en la vida cotidiana de nuestro país, pues se perderían las libertades que hoy vivimos. No todo lo que hay es malo por el simple hecho de haber sido construido por otros gobiernos. La etiqueta del liberalismo está

justificando desechar programas, proyectos y estructuras organizacionales valiosas que simplemente necesitaban control y vigilancia para evitar corrupción. Hay mucho que rescatar y replantear, pero se requiere voluntad política para hacerlo.

La auténtica evolución y crecimiento para nuestro país sólo se dará a través de perfeccionar lo que en el presente hay, pues cambiar sólo por cambiar lo que tenemos es un riesgo, pues puede significar un retroceso. El futuro de México está en nuestras manos.

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