Ricardo Homs
La calidad de nuestra democracia se va a medir por nuestra capacidad de disentir en un entorno de respeto.
Debemos reconocer que desde que este país existe como nación, ha estado inmerso en una cultura autoritaria.
Parece ser que sólo bajo el influjo de un caudillo paternalista que castiga y premia, es cuando este país se alinea. Sin embargo, tenemos que reconocer que ese es el origen de todas las desigualdades sociales y económicas que aún hoy vive México. El autoritarismo desde el poder gubernamental tarde o temprano genera injusticias bajo el argumento de impartir justicia, pues se convierte en una estrategia para tomar control social y político.
Por ello, este es el momento en que debemos preguntarnos ¿Qué tipo de país queremos?. Tenemos que reconocer que el mundo cambió y evolucionó hacia la tolerancia. Sin embargo, día tras día va quedando claro que la tolerancia a la mexicana no es más que un discurso populista que todos ejercemos de dientes para afuera, porque el mexicano no acepta que le contradigan. Más grave aún es que cuando se tiene poder, que alguien se atreva a disentir se interpreta como una afrenta personal.
Cuando la respuesta a una opinión diferente es una burla, una ironía o de plano el ejercicio del poder en contra del revoltoso. Si esto se convierte en un show mediático, aprovechando la influencia del poder gubernamental, el mensaje que reciben los mexicanos es que no hay permiso para pensar diferente. Que simplemente hay que ver, oír y callar.
Si queremos vivir en democracia, debemos romper paradigmas y cambiar las reglas.
La primera de ellas es aprender a disentir sin que esta actitud termine en tragedia.
Entender que disentir no representa una agresión a la persona, sino un simple punto de vista diferente.
Estamos viendo que bajo el disfraz del humor se puede esconder la represión de las ideas, de las opiniones bien intencionadas y una camisa de fuerza para la democracia.
El humor para los mexicanos es todo un metalenguaje que permite expresarnos sin comprometernos, pero cuando se utiliza para frenar la disidencia, de pilón se consiguen aplausos.
Hoy el humor, así como la creación de términos y palabras rimbombantes pero de alto impacto, se están convirtiendo en toda una estrategia política de comunicación masiva.
Incluso, el humor y la cultura de los memes se están convirtiendo en un espectáculo de fuegos artificiales que arranca aplausos, pero que despresuriza el malestar público y lo disuelve en la nada en espera de que llegue el nuevo tema que se convertirá en “trending topic”.
Parece ser que eso ayuda a que en este país todo siga como está.
El doble discurso implícito en el modelo de la consulta pública, que sin embargo, sea cual sea el resultado de la auscultación, no cambia la hipótesis inicial y menos aún la decisión tomada previamente, se convierte en un modelo perverso de comunicación pública.
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