Por Salvador Echeagaray, académico de la Universidad autónoma de Guadalajara (UAG)
En el hombre de hoy hay una marcada adicción a muchas sustancias. Una de ellas es el fentanilo. Vicio que está matando a miles de personas. Hay una sociedad de zombies, de muertos vivientes en varias ciudades de los Estados Unidos y tiende a multiplicarse. Sin embargo, también en otro plano hay una adicción a las redes sociales que, aunque no nos vuelven zombis, están alejando a las personas de las verdaderas interacciones sociales. Lo anterior, análogamente al fentanilo producen una exclusión social.
Entre estas redes sociales adictivas podemos mencionar, entre otras, al Facebook, Instagram, WhatsApp, Tik Tok, etc; por citar a las más conocidas.
Si bien las redes sociales han permitido a millones de personas a reencontrarse con viejos amigos (a muchos de ellos pensábamos que ya no volveríamos a ver) también han permitido reunirse con seres queridos o familiares que por muchas razones estaban perdidos o se habían alejado entre ellos por múltiples cuestiones. Incluso, también se han conocido nuevos parientes que de otra forma nunca hubiéramos sabido de su existencia. Así que, no son males, per se (por sí mismas) las redes sociales. El problema está en su mal uso o un uso excesivo de las mismas.
Uno de los problemas que podemos ver en estas redes es la sustitución de las relaciones interpersonales cara a cara.
Muchas veces las redes sociales suplen a la interacción personal, dándose una relación ya no interpersonal (entre personas) sino, de dos o más sujetos detrás de una máquina. Esa máquina, llámese laptop, smartphone, PC, Tablet, etc., funge como una barrera que, de alguna manera interfiere, en que la relación entre dos personas, no sea algo totalmente real, cara a cara, cuerpo a cuerpo.
No se mira al otro a los ojos, se ve la pequeña lente del aparato de enfrente. Aunque se viera la imagen en alta definición o 4k u 8K, no es lo mismo que estar frente al alter (el otro). De esa manera podemos percibir su olor, dar un abrazo o saludar de mano sintiendo la piel, el apretón cálido. Todavía la tecnología no llega a tanto, pero, si fuera capaz de reproducir todo esto, aún así, se quedaría corta.
Se objetará que en el pasado con la relación epistolar (por medio de cartas) o más próximo, con el telégrafo o el teléfono sucedía lo mismo. Sí y no. Desde luego, que no había la interacción cara a cara, pero no se buscaba suplirla. Si no, que era un medio para contactarse pero, al final de cuentas, en cuanto se podía se juntaban las personas, los enamorados, los amigos a convivir entre ellos. Ahora, hay una sustitución, incluso, cuando se está departiendo con alguien en alguna reunión, fiesta, velorio, en algún deporte, se le presta mucha atención al teléfono “inteligente”. Así se olvida de lo que realmente importa.
Así que, no perdamos de vista la importancia de la interacción real de persona a persona. El darnos la mano, el abrazarnos, el darnos un beso, incluso la bendición directa.
No dejemos que el fentanilo social, acabe con nuestra relación con otros.
- El autor es director del Departamento de Filosofía de la UAG.
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