Hector A. Gil Muller
La definición de confianza es: la esperanza firme que se tiene de una persona o de una cosa”. Escribió Simón Bolívar: “La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan”. Es evidente la profunda crisis de confianza en diversas instituciones. En muchos casos hay un prejuicio que pesa sobre cualquier acción. Davos el principal foro económico mundial, famoso por exhibir la ruta económico que el mundo mantendrá ha elegido la confianza como su tema anual. Bajo el lema: “Reconstruyendo la confianza en el futuro”, el foro ha señalado que la actual ola de pesimismo no tiene precedente, la hiper comunicación parece aumentar una percepción catastrófica de cualquier situación.
Resulta evidente que el mundo ha avanzado en el combate focal de algunos de sus principales problemas. Mover los indicadores de pobreza y su combate han dado resultados claros, pero la ansiedad y angustia se mantiene ante un mundo que exhibe una pérdida de control y empuja a abrazar ideologías extremas, que se antojan novedosas pero llenando vacíos y posicionando a lideres radicales que articulan esas ideas.
La narrativa que antes soportaba la difusión de un mensaje hoy reconoce que la comunicación no es suficiente mientras ese mensaje no conecte con la realidad o percepción de la realidad que se tiene. Parece que hemos perdido con incertidumbre el control de la economía, una fuerza más allá de cualquier razón humana. El poder absoluto representa que no admite una sanción en contrario, la posibilidad completa y total de hacer cumplir la voluntad propia. Si revisamos el poder durante la larga carrera humana, identificamos instituciones que se han levantado con el cetro y han ocupado los edificios mas altos, el clero en la edad media, las universidades durante el renacimiento, los monarcas en el antiguo régimen, etc. Esas figuras hoy no están exentas de sanciones que limitan su comportamiento, ¿se ha limitado el poder?
Pensemos en la siguiente historia: Elaboramos un acuerdo, mismo para el que diversas instituciones nos preparan a aceptarlo, la escuela, la familia, la propia cultura lo vuelve deseable. Entregamos 30 años de trabajo a cambio de un vale, un peso, que podemos cambiar por un delicioso pastel en el futuro. Hay un acuerdo pleno que la satisfacción a cambio de esa única oportunidad es la obtención de ese beneficio; un exquisito pastel. Quizá piense que no vale la pena, pero su exquisito sabor nos mantiene emocionados y orientados en pasar el tiempo por conseguirlo. Si transcurrido el tiempo el patrón no nos entrega el vale, existe una sanción en su contra por su incumplimiento. No es absoluto. Si mientras caminamos para canjear el vale, alguien o todo el pueblo nos roba ese vale, hay una sanción también que los limita. Si al llegar al comercio el comerciante se niega a entregarnos el pastel también existe una sanción que lo castiga por su incumplimiento. Pero basta el más pálido anuncio, un pequeño anuncio que diga que ahora el pastel ya no cuesta un vale, un peso, sino dos, para impedir toda la transacción. ¿a quien sancionamos?
Difícil reto reconstruir la confianza, porque no es una acción sino un ambiente que se observa en las pequeñas y reiteradas acciones, en las vidas que se enfrentan a la frustración del sueño roto por un simple pero trágico cambio numérico.
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