Héctor A. Gil Müller
Adolphe Quetelet nació en Gante, la región de Flandes, en la época en que aún formaba parte de la República Francesa, hoy Bélgica. A los siete años ya había quedado huérfano de padre y presenciado la muerte de varios de sus hermanos, probó suerte en el arte, en la música, la pintura y la poesía destacando como gran observador. Pero su pasión y finalmente profesión fue la matemática, en ella comprobó su gran ingenio y talento. Constituyó el Real Observatorio de Bélgica y fomentó mediante los números la incursión e investigación en las ciencias sociales. Sus estudios de física social dieron algunas conclusiones interesantes: El delito es un fenómeno social que puede conocerse y determinarse estadísticamente. Los delitos se cometen año con año con absoluta regularidad y precisión y estableció algunas relaciones entre el delito, la situación económica, social e incluso climática. Involucró la probabilidad, pero también la geometría, y dio con el concepto de antropometría. Midió y publicó los promedios de medidas anatómicas del ser humano en 1871 en una obra llamada: “Las medidas de las diferentes facultades humanas”.
Escribió: “El hombre como individuo es infinito pero la masa en su conjunto es comprensible”, con esas medidas nos igualó. Que fácil encontrar los rasgos que nos vuelven comunes, que evidente que en nuestra igualdad somos tan diferentes. Yo no sé si nuestra diferencia se suaviza con la similitud o viceversa, pero viajamos siempre con otros tan iguales y a la vez tan diferentes.
Una de esas medidas es tan interesante como complicada, se trata de la pequeña distancia tan larga. Tan solo 40 centímetros existen, en promedio, entre el corazón y el cerebro humano, esa corta medida es la más larga que enfrenta la humanidad, llevar lo que sabemos a lo que entendemos, en ello se va la vida. El único juicio que finalmente pesa en las emociones es cuánta distancia hemos recorrido.
Años pasan y a veces jamás se llega a la razón del corazón o el corazón de la razón. ¿Por qué somos como somos? Se puede responder dependiendo del sitio, de la razón o del corazón, pero siempre con una distancia entre ambas.
Hace un par de días el asesinato de una reconocida activista social conmocionó a la ciudad en la que vivo. Perturbadas razones, impensables se esconden tras la maldad, nunca llegará al corazón las razones de tales hechos, pero no es un caso aislado, en el mundo no hay paz. Y si bien el mundo entero no tiene a la vida como un bien sagrado, si lo fuese no habría ejércitos, la violencia sigue rampante. En el mundo no hay paz. Mientras seguimos ocupándonos de los derechos los hechos nos siguen dominando. La paz no puede imponerse como una decisión, los intentos de forzar la moralidad causan tiranos, la solución no está en la individualidad sino en la colectividad, no es la guerra de uno es de todos. Igual que la vida su madurez, primero se cuida por otro y a mayor madurez aumenta la capacidad de tomar decisiones orientadas al cuidado propio, así las sociedades. Aún nos falta recorrer la tan larga corta distancia de 40 centímetros.
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