Ricardo Homs
Ha muerto Miguel León Portilla, quizá el indigenista y estudioso de la vida de los aztecas más destacado. A lo largo de su vida describió, cómo se desarrolló el acontecimiento histórico que denominamos La conquista.
Su legado se sustenta en la traducción e interpretación de códices indígenas, entre ellos el Códice Florentino y otro denominado la Historia de Tlaxcala, que fue escrito a mediados del siglo XVI por Diego Muñoz, así como en relatos de la época,
Su obra titulada “La visión de los vencidos” nos describe la historia desde la perspectiva indígena, ya que lo que tradicionalmente ha sido la versión oficial se deriva de crónicas españolas, como la de Bernal Díaz del Castillo.
Sin embargo, no hemos reconocido algo fundamental: seguimos interpretando la conquista como el resultado de la invasión española, sin reconocer que la caída de Tenochtitlán y la derrota del imperio azteca fue lograda, no por un puñado de españoles, que no eran más de 500, sino por sus aliados, que fueron miles de cempoaltecas y otras tribus totonacas, los cholultecas y además otras etnias, todos ellos vasallos de Tenochtitlán. Fundamental, fue la participación de los guerreros tlaxcaltecas, que sin ser vasallos del imperio, eran enemigos de Tenochtitlán.
Negarles a ellos el reconocimiento a la victoria es una injusticia. Estos otros pueblos, que también son parte de México, se sublevaron en contra de sus opresores y fueron los que realmente derrotaron a los aztecas. A final de cuentas lucharon por un ideal de libertad.
Es urgente reinterpretar nuestra historia.
La visión histórica oficial desde siempre ha sido centralista e identifica a los aztecas como el símbolo del mundo indígena, sin reconocer el carácter multiétnico y multicultural de nuestro territorio.
¿Cuándo se desvirtuó el significado de lo que fue ese proceso histórico que denominamos conquista?.
En los libros donde todos estudiamos la historia de México se consigna que un día llegó a las costas de nuestro territorio un conquistador llamado Hernán Cortés, apoyado por un gran ejército y que como un superhéroe fue dominando a cuanto pueblo indígena se encontró hasta llegar a Tenochtitlán, la cual conquistó después crueles batallas.
Esa es la versión simplificada que prevalece en la mente de todos los mexicanos, la cual tiene un fuerte impacto emocional hoy día, dejando la sensación de que este país nació a partir de una vergonzosa derrota.
Sin embargo, ¿Cómo un grupo tan pequeño de españoles podrían derrotar a un gran imperio guerrero?.
No más de 500 españoles, que traían solo 16 caballos y 16 cañones ¿podrían haber enfrentado a los defensores de Tenochtitlán?, ciudad resguardada por un ejército compuesto por entre 70,000 y 100,000 guerreros aztecas.
Entender que nuestro territorio estaba dominado por el pueblo mexica y los pueblos originarios que los enfrentaron estaban sojuzgados por ellos, siendo obligados a pagar tributo con alimentos, productos varios y gente que sería sacrificada en las festividades religiosas, podría cambiar el significado emocional de este acontecimiento histórico.
Los aztecas tenían un control férreo, sustentado en el temor, sobre todo el territorio que llegaba hasta las costas, tanto del Atlántico, como del Pacífico.
Cuando Cortés llegó a las costas de lo que hoy es Veracruz, fue contactado tanto por enviados del emperador Moctezuma, que le ofrecieron valiosos regalos con la petición de que se fuera de su territorio, como por el denominado cacique gordo de Zempoala, que gobernaba esa localidad de poco más de 30,000 personas, que era una gran población para esa época.
A partir de ahí, Cortés descubrió la oportunidad de construir alianzas y encabezar una sublevación indígena en contra del imperio de Moctezuma.
Lo que sucedió después de la caída de Tenochtitlán respondió al talento político de Cortés, quien capitalizó la derrota del imperio azteca para tomar control a favor del rey Carlos I de España y anexar nuestro territorio a la naciente corona española.
Es muy importante replantear los significados del tema indigenista, pues es de alto impacto emocional para los mexicanos.
Simplemente retirar el significado de la derrota bélica de los mexicas por parte de una potencia extranjera, para replantearla como un acontecimiento interno, podría tener un efecto emocional positivo en el ánimo colectivo.
Por otra parte, contrarrestar la visión oficialista del siglo XX respecto al tema indígena y empezar a desarrollar un sentimiento de orgullo y admiración por la grandiosidad de nuestra civilización precolombina representa una oportunidad de generar un sentimiento de pertenencia que se ha perdido ante el desinterés de las nuevas generaciones, impactadas por la cultura global.
Recordar a nuestros pueblos originarios en la plenitud de su esplendor, cuando sus conocimientos astronómicos y matemáticos eran superiores a los de los países europeos contemporáneos sería de alto impacto.
Destacar la riqueza arquitectónica de Tenochtitlán, Teotihuacán y el mundo maya, nos enaltece. La estructura social de estos pueblos da constancia del grado de evolución de esa civilización.
Todo ello debe ser motivo de orgullo auténtico y no de sentimientos estereotipados y superficiales, derivados del desconocimiento de nuestras raíces.
En contraste, la visión oficialista del siglo XX, bajo el argumento de preservar las tradiciones, la cultura indígena y sus lenguas autóctonas, ha endilgado a las comunidades actuales la responsabilidad de mantener vivo este legado en su vida cotidiana, así como la estructura política y social represiva de los modelos de “usos y costumbres”, lo cual significa negarles los beneficios de la democracia, para poder mantenerlos sometidos a través de los cacicazgos que siempre les han explotado.
El resultado de esta política indigenista oficialista ha sido la pobreza, marginación, aislamiento y falta de oportunidades de acceder por propia voluntad hacia mejores condiciones de vida, de salud y la imposibilidad de integrarse al México de hoy, con sus riesgos y sus beneficios.
Este acervo informativo que han dejado estudiosos del mundo indígena precolombino como lo es el legado de Miguel León Portilla, nos da la oportunidad de reinterpretar y replantear, no solo los orígenes de la mexicanidad, sino también de formar una visión de futuro sustentada en la conciliación, cerrando heridas crónicas que aún hoy están latentes en la memoria colectiva, convertidas hoy en paradigmas.
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