Índice de longevidad y pensiones: Ricardo Homs

Ricardo Homs 

Las pensiones serán un descalabro para la economía del mundo en poco tiempo más. El índice de longevidad ha avanzado velozmente a partir de la tecnología médica y la nueva cultura de cuidado de la salud y ello impacta forzosamente el modelo financiero del pago de pensiones.

Por lo anterior, el secretario de hacienda Arturo Herrera acertadamente propuso aumentar la edad para acceder a una “pensión digna”.

Sin embargo, una propuesta sustentada financieramente, como lo es la del secretario Herrera, fue desechada por el presidente de la república sin aportar argumentos de peso.

Según cifras del INEGI, en 1930 el promedio de longevidad en México era de solo 34 años. Para 1970 la expectativa de vida ya alcanzaba los 61 años, o sea, casi se duplicó en tan solo 40 años.

Para el año 2000 este índice se ubicó en 74 y para 2016 ya fue de 75.2 años de vida.

Cabe destacar que las mujeres siempre tienen mayor expectativa de vida que los hombres. En 2016 las mujeres alcanzaron un índice de 78 años y el de los hombres fue de 73, lo cual promedia los 75.2 ya mencionados.

Sin embargo, ya se habla de que dentro de no mucho tiempo los humanos lograremos aumentar nuestra longevidad hasta los 120 años, lo cual acarreará graves problemas sociales.

Hoy en México hay 12 millones de adultos mayores, o sea, personas que tienen más de 60 años de edad, lo cual significa poco menos del 10% del total de la población actual, pero para el 2050 el INEGI prevé que uno de cada cuatro mexicanos tendrá más de 60.

Hay una mecánica que debiera preocuparnos: cada vez más disminuye el índice de nacimientos y en contraposición, la gente vive más tiempo, rompiéndose así el equilibrio entre quienes están en su etapa productiva y son aportantes de cuotas y quienes ya están jubilados y reciben una pensión.

Cuando se determinó como edad de jubilación los 60 años, el índice de longevidad de ese momento permitía que las pensiones vitalicias que otorgaban los sistemas de seguridad social gubernamentales generaron compromisos de pago durante un corto plazo, o sea, durante unos pocos años, que equivalen al resto de la vida del trabajador.

Las pensiones no se hicieron para largo plazo pues no hay economía que lo aguante.

Quienes pagan las pensiones de quienes ya se jubilaron, son quienes en el presente están en su fase productiva y así, entre todos, con sus aportaciones crean el flujo económico que permite el pago a los derechohabientes. A su vez, las pensiones de ellos, cuando se jubilen tiempo adelante, saldrán de las aportaciones de quienes en esas fechas estarán en activo laboralmente.

¿Qué va a suceder cuando la relación entre los aportantes de cuotas y los beneficiarios se invierta y el número de los primeros disminuya y el de los segundos crezca?

Supongamos que en la década de los años cuarenta, por cada jubilado hubiese ocho aportantes y hoy esa relación se haya desequilibrado por el crecimiento del número de gente que cobra pensiones para llegar a tres por uno. ¿Cómo se podrá cubrir el déficit económico?

Debemos considerar que una persona que hoy tiene 65 años de edad posee todas sus capacidades físicas y mentales íntegras, si no tiene alguna enfermedad grave. Por lo tanto, está en posibilidad de llevar una vida productiva durante un largo periodo más, generando cuotas que fortalecerán al sistema de pensiones y al país.

El sistema de pensiones, para ser autosuficiente, debe quedar indexado a ajustes periódicos, que tomen como referencia el índice de longevidad local.

La decisión de hoy, de cerrar los ojos ante un problema de tal magnitud, generará consecuencias graves que pagarán las futuras generaciones de mexicanos.

Es necesario actuar con responsabilidad y un paso adelante lo da la propuesta del secretario Arturo Herrera, de ajustar la edad mínima para jubilarse.

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