Masculinidades para futuros feministas: renunciar al privilegio en favor de la igualdad

 Universitat Oberta de Catalunya

  • Repensar las masculinidades puede ser clave para construir sociedades más justas y equitativas
  • Educar en la empatía e incorporar la ética de los cuidados como valor compartido, dos vías para la consecución de objetivos comunes
  • Los discursos reaccionarios parecen atraer a una parte relevante de los sectores sociales más jóvenes

El rol de los hombres en la lucha feminista y la pertenencia o no de su inclusión en esta lucha es uno de los debates más antiguos del movimiento. En un momento en el que nuestra contemporaneidad se caracteriza por la consolidación de ideologías que sitúan en el centro político el cuerpo y los valores masculinos, los roles de género tradicionales, y un auge en el antifeminismo, la conversación alrededor de la transformación de las masculinidades hegemónicas parece esencial para desmontar el patriarcado y construir un mundo más igualitario.

Una urgencia que surge de que, a pesar de los avances sociales, todavía persisten en la vida cotidiana muchos rasgos que son característicos de una relación dominante de lo masculino sobre lo femenino. El término nuevas masculinidades suele surgir en estos debates, pero para Begonya Enguix, profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC e investigadora principal del grupo de investigación MEDUSA, la etiqueta puede ser engañosa: “Es una idea que bebe de una concepción evolucionista, de pasos que son superados y que van uno detrás de otro. Hablar de nuevas masculinidades implica que lo que es nuevo reemplaza a lo que es viejo, pero las realidades no son tan simples”, explica. “Siempre ha habido hombres igualitarios, sensibles y conectados con sus emociones, aunque sus experiencias hayan sido invisibilizadas. Y después estas ‘nuevas masculinidades’ no necesariamente superan los rasgos hegemónicos, de privilegio y de desigualdad que imperaban entre las ‘viejas masculinidades’. El reto no es buscar lo que es nuevo, sino cuestionar las dinámicas de poder que siguen presentes”, añade.

Para Maria Olivella, coordinadora de la Unidad de Igualdad de la UOC, la construcción de los roles de género basados en los valores más tradicionales genera dos “éticas” diferenciadas: la ética de los cuidados, vinculada históricamente a las mujeres, y la ética de la justicia, a menudo asociada a los hombres. Esta última fomentaría un enfoque más individualista y orientado a objetivos lineales, que tiende a ignorar las necesidades emocionales propias y las de los otros: “Cuando los hombres están desconectados de sus emociones, es más probable que gestionen los conflictos desde la imposición o el control, en lugar de optar por estrategias más colaborativas o empáticas. Esto no solo les perjudica a ellos mismos, sino también a las personas de su entorno”, señala Olivella. Para revertir esta dinámica, Olivella propone trabajar en la incorporación de la ética de los cuidados como valor compartido. Sin embargo, esto requiere un cambio cultural profundo: “No se trata solo de pedir a los hombres que sean más empáticos, sino de enseñarles que el cuidado es una tarea valiosa y fundamental. Para que esto pase, necesitamos una sociedad que realmente valore estas prácticas en los ámbitos institucional y comunitario”, propone.

Para algunos expertos, uno de los mayores obstáculos es la complejidad de este proceso: “Repensar la masculinidad es como desaprender todo lo que recibimos de nuestras familias y entornos. Es incómodo y genera resistencia. Aun así, este trabajo es liberador: no solo para las mujeres, sino también para los hombres, que están atrapados en roles opresivos”, apunta Olivier Malcor, formador en talleres de género. A través de su proyecto, Parteciparte, Malcor lleva 25 años desarrollando juegos y técnicas teatrales para abordar los desequilibrios de poder en las relaciones de una forma lúdica y colectiva. Para él, involucrar a los hombres en los cuidados puede ser transformador: “Los hombres tendrían que experimentar qué significa asumir tareas tradicionalmente femeninas. Hoy en día, el 99 % de los baños del mundo los limpian mujeres. ¿Por qué no hacemos obligatorio que los niños pequeños limpien los baños en la escuela? Si no les gusta hacerlo, quizás así entenderán mejor por qué esta tiene que ser una tarea compartida. Solo desde esta experiencia puede construirse empatía. La transformación requiere salir de la zona de confort.” En sus talleres, Malcor usa dinámicas grupales, como el teatro del oprimido, para explorar los efectos de los roles tradicionales en las emociones y las relaciones de los participantes. “La masculinidad tradicional no solo perpetúa la desigualdad, sino que aísla y genera infelicidad. Reconocer estos efectos puede ser un motor de cambio colectivo”, dice.

Hacer frente a un contexto reaccionario

Frente a los avances sociales conquistados por el feminismo, este movimiento también ha encontrado en los últimos años una resistencia extraordinaria por parte de algunos sectores. En España, el 44,1 % de los hombres está “muy” o “bastante de acuerdo” con que “se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres” que ahora se les está discriminando. En los hombres jóvenes que tienen entre 16 y 24 años, el sentimiento todavía es más común: el 51,8 % se sienten así, según los datos de la primera encuesta sobre las percepciones de la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), publicada a principios de este año. Se trata de una sensación de injusticia que a menudo han sabido vehicular los partidos de extrema derecha y que se ha demostrado en una expansión en sus bases de votantes.

Para Enguix, directora del programa del grado de Antropología y Evolución Humana (interuniversitario: URV, UOC), el “paquete ideológico” de las derechas y extremas derechas promueve una visión “cohesionada y fácil de asimilar, basada en conceptos como la heterosexualidad natural y la familia tradicional —formada por padre, madre e hijos—”. Este modelo, aunque aparentemente simple, tiene profundas implicaciones en cómo se perciben la igualdad y el feminismo, a menudo oponiéndolos a una idea de tradición y orden. Esto se suma a una concepción por parte de un sector joven de la sociedad que no ha vivido de cerca los avances en los derechos conquistados y que cree que la igualdad ya se ha conseguido y no hace falta ir más allá. “Desde esta perspectiva, las demandas feministas no se perciben como justas, sino como excesivas. Es un discurso que está calando entre ciertos sectores jóvenes de la población y que es instrumentalizado por ciertos movimientos extremistas”, añade. A pesar de todo, la experta pide prudencia a la hora de leer los datos, que también reflejan que más de la mitad de los hombres no sienten esta amenaza.

En una línea similar se expresa Malcor, que cree que, en un mundo donde las redes sociales monetizan la indignación y las interacciones encendidas, a veces se ha querido dar demasiada cabida a titulares que generan ciertas distorsiones. “Hace poco estaba viendo en televisión un programa donde entrevistaban a hombres en un pueblo rural del sur de España, y les preguntaban si creían que a raíz del feminismo los hombres tenían menos libertad para expresarse. En un momento me dieron miedo las respuestas, pero al final la mayoría de los hombres, jóvenes y viejos, decía que no, que simplemente eran conscientes de que ya no podían decir tonterías o hacer comentarios ofensivos, pero no por eso notaban una restricción sobre sus libertades”, comenta.

Deconstruir para reconstruir: un cambio colectivo

Los expertos coinciden en que la transformación de las masculinidades no puede ser un proyecto individual, sino que debe ser colectivo. “El género es un sistema colectivo, y solo mediante acciones conjuntas podemos superarlo. Sin esta implicación conjunta, las resistencias seguirán perpetuándose”, apunta Malcor.

Por su parte, Olivella subraya que este cambio también implica replantear la política desde una nueva ética: “La política no tendría que basarse solo en demandas individuales, sino en la capacidad de ceder privilegios para construir un bien común. Esto es clave para avanzar hacia sociedades más democráticas y verdaderamente igualitarias”. Esto es porque este es, al fin y al cabo, el objetivo final. “El cuestionamiento de las masculinidades no es un lujo académico, sino una necesidad social. Sin hombres que asuman un rol activo en la lucha por la igualdad, los futuros feministas serán difíciles de lograr”, concluye Enguix sobre la urgencia de abrir estos debates y promover la acción.

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