MILENIO
La celebración del hallazgo con vida de los 33 mineros del norte de Chile, el 22 de agosto de 2010, fue compartida por igual por familias y autoridades. Incluso el entonces presidente Sebastián Piñera mostró a las cámaras el mensaje que los trabajadores habían logrado enviar a la superficie, en el que decían que todos se encontraban bien, con lo que se aseguró un juicio de la historia muy distinto del recibido por su par mexicano Vicente Fox, que cuatro años antes había enfrentado un incidente similar con resultados opuestos –en febrero de 2006 murieron 65 mineros en Pasta de Conchos, Coahuila– por el que una comisión parlamentaria le atribuyó “la mayor responsabilidad” por “negligencia”.
En realidad, a Piñera lo salvaron las personas que se opusieron exitosamente a las decisiones de su gobierno y consiguieron sostener las labores de búsqueda. Porque en varios momentos, los funcionarios intentaron suspenderlas y dar la esperanza por muerta.
Fue sólo la tenacidad de las mujeres de los trabajadores y de sus familias y compañeros la que revivió la esperanza moribunda e hizo posible el rescate, a pesar de los distintos momentos en que, en la superficie y también muy abajo, dentro de la tierra, todo pareció perdido.
Los paralelismos con la tragedia de hace 12 años vienen a la memoria: si la actual inundación de la mina de Agujita, en Sabinas, Coahuila, comenzó el 3 de agosto de este año, la de la chilena San José inició el 5 de agosto de 2010. Y los días de angustia se contaron entonces como ahora se hace en México. En el caso de Chile, los ubicaron vivos el día 17 y los rescataron en el 69. Acá vamos en el día 15.
Día 1: Organizarse
Tras el derrumbe, los mineros que intentaron salir descubrieron que las escaleras de la chimenea de escape estaban incompletas, pues la empresa no había colocado algunos tramos. Lograron llegar a un refugio pero, en lugar de hallar alimentos para dos días, como estaba requerido por la normatividad oficial, sólo había unas pocas latas de atún y salmón, leche y muchos juegos de cubiertos para comer. “No dabas crédito a lo que estás viviendo”, declaró después uno de ellos, Samuel Ávalos.
Los mineros chilenos quedaron atrapados a 720 metros de profundidad. En Pasta de Conchos, a 150. En Agujita, se estima que están a unos 60.
En Pasta de Conchos, la empresa Grupo México tardó sólo seis días en declarar que “no había posibilidad alguna de supervivencia”. En Chile, al día siguiente de los derrumbes que cerraron las vías de salida.
Pero la gente se opuso. Lily Gómez, esposa de Mario, el minero atrapado de mayor edad, declaró que “no nos vamos de acá. Porque si nosotros las familias nos vamos, esto va a quedar ahí”. Por eso fueron “con palos, con fierros y una cadena para que ningún vehículo” se retirara.
Día 2: Esperanza “realista”
Bajo tierra, los trabajadores gritaban, taladraban y encendían fuegos con llantas para que el humo subiera por la chimenea de escape, intentando dar señales de vida. La temperatura subía a más de 40 grados. “Era como un infierno pero más chico”, describió Ávalos. “El cola’e’flecha (el diablo) estaba más abajo. Estábamos cagados de calor, todos mojados. Y el aire era malo”. Para beber, sólo tenían agua industrial almacenada para enfriar el equipo de perforación. Quitaron baterías y luces de los vehículos para hacer lámparas. Se organizaron en una asamblea en la que tomaban decisiones por mayoría.
En la superficie, las autoridades explicaron que se había producido un segundo derrumbe y se estaban quedando sin opciones. El ministro de Minería, Laurence Golborne, que había llegado tras suspender un viaje por Ecuador, fue interpelado cuando declaró a la prensa: “La pena que tengo porque obviamente no estamos optimistas”. “La fortaleza la tiene que tener usted, no flaquear ahora usted delante de la gente”, cuestionó un hombre, “se asusta la gente mucho más. Si hay que darle esperanza, démosle esperanza”. “La esperanza tiene que ser realista”, cortó Golborne de tajo, “las probabilidades son más escasas de lo que eran esta mañana”.
Día 4: El fantasma de México
Los trabajadores en el subterráneo empezaban a tener dificultades para mantener la moral. Algunos lamentaban que no podrían ver a sus hijos crecer y escribían mensajes de despedida para sus familias, que envolvían en bolsas de nylon para que “la descomposición de mi cuerpo no los echara a perder”, dijo Víctor Zamora.
Según contó después el minero Alex Vega, “se corrió la voz del accidente que hubo en México en el que también quedaron enterrados unos mineros y pusieron una lápida en la entrada de la mina, no hicieron nada por rescatarlos. Circuló ese fantasma, que podía pasarnos lo mismo”.
Día 5: El tiempo que dejaron pasar
La protesta de las familias, que llamaron “Esperanza” a su campamento, alcanzó proyección nacional a través de la televisión y forzó a las autoridades a continuar, a pesar de sus muestras de renuncia. El éxito de la campaña provocó que grandes taladros empezaran a llegar desde todo Chile. Lily Gómez señaló la demora del gobierno que “dejó pasar mucho tiempo, esto debió haber sido así desde el comienzo”.
Adentro, su esposo Mario trataba de que sus compañeros mantuvieran la calma, que caminaran e hicieran actividades porque, dijo después, “al estar quieto, el ser humano empieza a pensar, a pensar, a pensar y así pueden entrar en depresión”.
Entonces lograron escuchar, a lo lejos, el sonido de una sonda. Y luego otras más, por distintas direcciones. Se emocionaron porque entendieron que no los habían abandonado, como pasó en México.
Día 14: Adivinando
La gente del campamento Esperanza hizo sonar bocinas porque les habían dicho que era probable que una de las sondas llegara al refugio. Ya muy débiles, los mineros la oyeron, creyendo que en cualquier momento los alcanzaría. Pero la escucharon pasar, a unos metros, y seguir de largo.
Arriba se cuestionó que todas las sondas se dirigían a un punto equivocado porque no había certeza de dónde estaba el refugio: la empresa no tenía mapas correctos de su mina. Estaban adivinando.
Además, los familiares habían perdido la poca confianza que tenían en los expertos, como declaró Lily Gómez a la prensa: “Se ha escuchado tanto, se les escuchó sus opiniones. Pero por favor, que ya nos dejen. Hay mineros que conocen, que ni siquiera bajan con escalera, bajan con unos capachos, que les llaman. ¿Por qué no los dejan hacer algo?”
Día 15: Última porción de atún
Los mineros se las habían arreglado para racionar los pocos alimentos disponibles, inventando platos que recuerdan por su terrible sabor. Sólo quedaba un poco de atún. Algunos propusieron dárselo a los más débiles, como Álex Vega. Pero este dijo que no lo tomaría y propuso no comer por 72 horas. Lo apoyaron por votación.
Ya había algunos muy enfermos y esperaban que alguien fuera el primero en morir. Hubo quien pensó que iban a terminar comiéndose unos a otros. “Ese señor vino a visitarnos también, no estuvimos solos”, dijo después Samuel Ávalos, en referencia al “cola’e’flecha”. Mario Segura, “Perry”, se preparaba para morir con dignidad, con ropa de minero y las botas puestas.
En el Campamento Esperanza, entonaban la canción “Así fue”, de Juan Gabriel. No parecía la más apropiada: “No te aferres a un imposible”.
Día 17: Con el alma
Mario Gómez detectó la sonda por el agua que empezó a escurrir del techo. Sintió la vibración y esperó en silencio. Cuando vio aparecer la punta del taladro, se dio cuenta de que no estaba solo: sus 32 compañeros se habían arrastrado hasta él. De algún lado tomaron energía para celebrar y golpear el aparato: “No le pegábamos con las manos”, recordó posteriormente Víctor Zamora, “le pegábamos con el alma para que arriba sintieran que estábamos vivos”.
En la superficie, al recuperar la sonda, encontraron marcas hechas con pintura roja y manuscritos enviados por los mineros. Uno de estos mensajes, en medio de la celebración, logró llegar a poder del presidente cuyos funcionarios habían permitido el funcionamiento de esa y muchas otras minas sin cumplir con los estándares de seguridad, que habían tratado de suspender las tareas de búsqueda y habían descalificado los sentimientos de los familiares, en su esfuerzo por ahogar la esperanza.
Aunque ya sabían dónde se encontraban los mineros y podían enviarles alimentos e incluso juegos de entretenimiento, todavía faltaban 52 jornadas de trabajos para lograr extraerlos.
Pero al mostrar muy sonriente un papel donde se veía escrito “Estamos bien en el refugio los 33”, el presidente Piñera se aseguró un destino mucho más feliz que el que había tenido Vicente Fox.
La esperanza, en todo caso, había vencido al pesimismo: fueron rescatados en el día 69. Los mexicanos llevan 15 bajo tierra.
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