Me asusta que el cambio climático retroceda a la idea de una ciencia pura

Universitat Oberta de Catalunya

Manuel Tironi, profesor asociado del Instituto de Sociología y del Instituto para el Desarrollo Sustentable, ambos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, e investigador principal del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN). En entrevista con la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), el experto comparte sus reflexiones sobre el cambio climático y los retos que supone. Advierte de algunos peligros que para el sur implica la transición ecológica en Europa y que pone en evidencia la fiebre por el litio. Actualmente, trabaja con colectivos lickanantai (atacameños) en el Salar de Atacama (Chile) en asuntos de reparación ecológica y autonomía epistémica en el contexto del extractivismo minero. Es asesor global del Instituto de Cultura y Sociedad de la Universidad de Sydney Occidental, y en 2022 se integró como miembro del colectivo editorial Cultural Anthropology.

El mundo vive un cambio climático sin precedentes. ¿Cómo cree que inciden conceptos como Antropoceno, emergencia climática o extinción en la reflexión sobre el problema y sus posibles salidas?

Estos conceptos funcionan muchas veces de manera equívoca, y por eso hay que tomarlos con cautela. Dan y quitan. Por un lado, tienen la capacidad de convocar y movilizar. Por el otro, son tan grandilocuentes que terminan ocultando procesos y ahogando alternativas. Por ejemplo, es interesante y necesario que el Antropoceno indique la causa humana del desastre, pero ¿qué humanos exactamente son los responsables? ¿Dónde, cuándo, cómo?

¿Cuáles cree que son los límites de la idea de cambio climático para repensar los retos planteados por este fenómeno?

El otro día escuchaba a una muy importante figura ambiental decir que a él le daba igual si la gente entendía o no qué es el cambio climático y cómo les afecta, que los cambios había que realizarlos de todas formas y hacerlos ahora. Esos imperativos universalizantes y totalizantes me asustan. Me asusta que el cambio climático retroceda a la idea de una ciencia pura, inequívoca y que existe más allá de la vida social. Si queremos que el cambio climático sea un horizonte generativo de acción, tenemos que, parafraseando a Isabelle Stengers, aterrizarlo, convertirlo en un asunto público abierto al debate colectivo y plural.

¿Qué otros conceptos y nociones habría que tener en cuenta para abordar el problema?

Más que buscar otros conceptos —¡ya tenemos tantos!—, creo que más bien hay que buscar nuevas sensibilidades para aproximarnos a los problemas y sus conceptualizaciones. Por ejemplo, para mí la cuestión de la extinción es un tema que exige darle un par de vueltas adicionales. No todas las extinciones son iguales; hay muertes que matan destruyendo y otras que matan haciendo nacer, así como hay muertes que terminan y otras que nunca lo hacen y cuya extensión se vuelve parte de procesos extractivistas. Creo que los tiempos nos exigen tener una relación más plural con la finitud, la extenuación y la muerte.

Bajo su punto de vista, ¿qué rol deben tener en la lucha contra el cambio climático y la reducción del riesgo de desastres el conocimiento ancestral de los indígenas, la participación ciudadana y la conexión con el territorio?

Un rol protagónico, sin duda. Pero la cuestión es más compleja. Hay mucha celebración de los conocimientos indígenas y locales complementando el conocimiento “científico”. Pero en esta celebración hay mucha orientalización, y a los sistemas de conocimiento indígena no se les da valor de suyo propio. Tampoco se les devuelve autonomía territorial ni epistemológica. Para las comunidades indígenas la cuestión sigue siendo la recuperación de tierras y la posibilidad de ejercer autodeterminación política y, desde ahí, científica. No tiene mucho sentido facilitarles su “participación” en proyectos de adaptación climática o gestión de riesgo si sus metodologías e hipótesis no son consideradas, ni que decir tiene si sus territorios siguen ocupados por el estado y las empresas.

¿Cuáles son las problemáticas que centran sus estudios en Chile?

Actualmente, estoy muy interesado en el tema de la reparación ecológica, particularmente en contextos indígenas. Reparar ecologías dañadas es fundamental en el horizonte de un buen vivir y morir, pero se siguen usando ideas muy cerradas de qué es reparación, ecología, muerte y tiempo. También me interesa facilitar la colaboración entre sistemas diversos de conocimiento. Por ejemplo, junto a colectivos lickanantai en el Salar de Atacama estamos conectando metodologías atacameñas y occidentales para hacer diagnósticos hidrogeológicos que ayuden a sanar el territorio.

¿Qué retos de los que debe afrontar Chile por el cambio climático tienen que ver con problemáticas generales de nuestro mundo? Por ejemplo, ¿qué implicaciones tiene para los salares de Chile la demanda de litio desde las sociedades europeas enfrascadas en una transición ecológica?

Además de la intensificación del daño socioecológico en la cuenca del Salar de Atacama, el boom de la electromovilidad también ha implicado la consolidación de un discurso desarrollista, ahora en clave verde, que justifica el sacrificio de cuerpos y territorios, usualmente de pobres, campesinos e indígenas, en nombre de la sustentabilidad. La locura por el litio también ha significado la vuelta a discursos nacionalistas muy agresivos —ideas de estado, lo nuestro y lo chileno abundan en el debate sobre el litio— que se olvidan del territorio y de las comunidades que lo habitan hace 12.000 años.

¿De qué manera impactan procesos como el de la transición ecológica en Europa en realidades alejadas y qué puentes se pueden tender en beneficio de todos?

La lógica colonial del capitalismo verde es evidente en el caso del litio: vehículos eléctricos y sustentabilidad para los ricos de Europa, despojo y daño ecológico para los pobres de América Latina. Así que lo primero es que en Europa se reconozcan las historias de injusticia que marcan la sustentabilidad como proyecto geopolítico. Creo que desde ahí se pueden establecer colaboraciones norte-sur, sobre todo a escala subnacional. Tengo más esperanzas en alianzas entre territorios, comunidades o municipios empujando desde abajo que en el modelo de gobernanza global de la ONU.

Desde las ciencias sociales, ¿cómo se puede intervenir en pensar de otra manera retos actuales como el cambio climático?

Es importante que las ciencias sociales pongan cierto principio precautorio crítico ante agendas que se asumen como universales y urgentes sin mayor reflexión sobre el quién, el cómo, el cuándo y el dónde. Al mismo tiempo, creo que la situación exige que las ciencias sociales recuperen su orientación más prospectiva y ayuden no solo en la crítica, sino también en generar transformaciones concretas a diversas escalas.

Hay camino por recorrer en cuanto a la colaboración interdisciplinar y otros conocimientos como pueden ser los ancestrales? ¿Qué oportunidades ofrece para el futuro?

En los circuitos académicos y políticos en los que me muevo la interdisciplina es el piso mínimo, y enhorabuena. Pero la cuestión sigue siendo cómo hacerla, porque hay varios modelos. Lo mismo con la integración de experticias indígenas. Para mí lo fundamental es no esencializarlas. Veo mucha fetichización, como si el conocimiento indígena fuese válido siempre que sea exótico. Creo que la verdadera colaboración comienza cuando se entiende la indigeneidad como un proyecto de autonomía existencial que no se sostiene en un tipo específico de conocimiento, sino en un conjunto de principios y sistemas que informan de proyectos de vida, lo que incluye decidir qué conocimientos —ancestrales u occidentales, ceremoniales o tecnológicos— son los más pertinentes para decidir su futuro.

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