Staff/Rosi
Este gravamen sería a la mano de obra altamente calificada, una especie de ‘pago por formación’
· El Dr. Javier Urbano, del Departamento de Estudios Internacionales, también sugiere integrar el tema de la migración a la currícula educativa
Hay que empezar a gravar a los países receptores de mano de obra migrante altamente calificada, particularmente la de profesionistas, propuso el Dr. Javier Urbano Reyes, académico del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Lo anterior debido a que las naciones receptoras no reclaman, al contrario, están a gusto, con el ingreso de miles de migrantes que son profesionistas, lo que no se debe considerar una migración calificada, sino “un pirateo de recursos humanos altamente calificados”, que “tendría que ser castigado” con un gravamen, una especie de “pago por formación”, pues ésta ha costado mucho en los países expulsores, a la sociedad, a las instituciones, a las universidades, al gobierno.
Otra propuesta de Urbano, profesor de la Maestría en Estudios sobre Migración, es que en México y en Centroamérica es necesario comenzar a reformar la currícula educativa, para integrar el tema de la migración desde la infancia, “y el tema de la diversidad y la diferencia como uno de los elementos básicos de los esquemas de formación cívica”. De tal forma se lograría que, cuando las y los estudiantes sean adultos, no miren a la migración como un asunto peligroso, de riesgo o una amenaza, sino como un proceso natural.
Y una tercera propuesta es que el monto económico que otorgan los países ricos del mundo a las naciones expulsoras de migrantes por lo menos sea igual al dinero que envían en remesas los migrantes a sus países de origen, cantidad que en este momento es tres o hasta cinco veces más que la ayuda oficial al desarrollo.
Migración y desarrollo
Las tres propuestas de Urbano Reyes están vertidas en su libro Migración y desarrollo. Propuestas para una gestión alternativa de la política migratoria en México, que presentó en una videoconferencia organizada por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), el Centro de Relaciones Internacionales y la Revista de Relaciones Internacionales, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), alma mater del Doctor.
En dicha actividad, moderada por el Dr. Tomás Milton Muñoz Bravo, docente de la FCPyS, y en donde participaron como comentaristas la Mtra. María José Argumedo Hernández, el Mtro. Enrique Darzson Winters y el Mtro. Isaac García Puertos, todos ellos académicos de la IBERO, el autor dijo que la idea de escribir este texto le surgió a partir del hecho de que los migrantes no existen para las políticas públicas de desarrollo, algo tan evidente, que apenas hace algunos pocos años la Agenda 2030 habla de reconocer al migrante como un ente que aporta al desarrollo.
Es así que en el primer capítulo del libro Urbano aborda el tema del desarrollo pensado como un ciclo, pensando que el migrante no es un ente que se mueve en forma unidireccional, sino en un círculo, y entonces a cada momento de su desplazamiento requiere asistencia, requiere que se le cubran necesidades emergentes, porque ante todo el migrante es dinámico, “es una entidad tremendamente cambiante”, que flota en todos los sentidos, en la política pública, territorialmente, en su desplazamiento.
En ese sentido, surgió en el internacionalista la pregunta de cómo poder atender al migrante a propósito de cómo se mueve y que, al moverse, presenta necesidades y va demandando cierto tipo de servicios. “Esa es la forma de entenderlo: una entidad en la cual se interviene a partir de un proceso dinámico, adecuando las políticas públicas a demandas cambiantes, constantes, referidas por su puesto en su propia dinámica”.
En el segundo capítulo, el docente se da a la tarea de pensar varias cosas, entre ellas, cómo se está atendiendo o enfrentando la movilidad migratoria desde la norma internacional, “porque es la única hoja de ruta que tenemos para poder atender al migrante”.
Para tal efecto, revisó cómo ha ido evolucionando en términos cuantitativos la norma internacional, y en términos cualitativos qué tipo de demandas abarca, de forma tal que intenta entrecruzar demandas de la política pública del Estado y su posible coincidencia con el surgimiento de las diferentes orientaciones que el acervo internacional de derechos humanos para migrantes está aportando.
Como la norma internacional es fundamentalmente enunciativa, invoca principios objetivos, está dotada de algunos elementos éticos y morales, “pero instrumentados a nivel local es cuando falla tremendamente”, el investigador de la IBERO pensó dónde se puede encontrar una orientación general en donde haya razonable consenso sobre cómo integrar al migrante a los procesos de desarrollo, “y evidentemente me lanzo directamente a la Agenda 2030”.
Una Agenda cuya trascendencia está en que no define a la migración como un asunto de responsabilidades diferenciadas entre Estados, sino que define responsabilidades transversales. “Entonces empezamos a tener una narrativa que dice que no es un asunto de la narrativa del Estado de recepción, que culpa al Estado de expulsión o de tránsito diciendo que ellos son los responsables del movimiento migratorio; sino que eso empieza a diluirlo la Agenda”.
Es así que el tercer capítulo, respecto de la Agenda 2030, tiene que ver fundamentalmente con cómo ha avanzado en términos cuantitativos y cualitativos la norma internacional, cómo se constituye en una agenda de referencia muy importante y cómo esta agenda empieza a diluir la narrativa de los países receptores, los que prácticamente no han firmado ningún acuerdo sobre migración a nivel global.
Después de este diagnóstico, en el último capítulo Javier Urbano platica sobre México, pero no como un actor aislado, sino integrado a un sistema mesoamericano. “Mi lectura es que, cuando hablamos de política migratoria vinculada al desarrollo, si no pensamos en Centroamérica el fracaso ya es contundente, ya no tiene ningún sentido, porque hablamos de resoluciones a la mitad, y toda resolución a la mitad es un fracaso”.
Por eso plantea que para entender la política migratoria hay que referirse a la creación de un sistema mesoamericano en donde, no emulando, sino operando circunstancias particulares, México y Centroamérica deberían pensar en algunas políticas de armonización, vinculadas, por ejemplo, a la persecución de delitos relacionados con la migración; porque México y cada país centroamericano tienen normas diferenciadas, y por tanto, hay una tremenda incapacidad y grandes limitaciones para poder perseguir un delito transnacional con herramientas nacionales.
Con el establecimiento de mecanismos regionales más coordinados se intentaría oponer una narrativa al alto nivel de dependencia que se tiene de la agenda de seguridad de Estados Unidos que, “nos marca muchos ritmos”. Una agenda con la que lamentablemente Centroamérica y México viven mucho en sincronía.
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