Ricardo Homs
La victimización es el discurso de la manipulación de sentimientos, pero la autovictimización es un cáncer que corroe la autoestima y la confianza en nosotros mismos.
Tener a alguien a quien culpar de nuestro destino es un bálsamo que hace llevaderos nuestros problemas, pues justifica todo lo que nos sucede, ya que transfiere la responsabilidad de nuestros fracasos a otros. Pero a su vez, nos reprime, asignándonos el rol de perdedores y desgasta la confianza en nosotros mismos.
El mayor peligro reside en que la victimización como estrategia política, buscando culpables, es altamente rentable y muy peligrosa cuando se vincula con temas étnicos, principalmente si quien lo promueve asume para sí el rol de libertador.
Se nos pasa desapercibido que varios de los grandes conflictos sociales y políticos del mundo han tenido origen en la interpretación de las raíces étnicas. Esta ha sido la historia de los más impactantes genocidios que ha sufrido la humanidad.
Adolfo Hitler sedujo al pueblo alemán utilizando su carisma para divulgar su teoría de la superioridad de la raza aria, a la cual ellos pertenecen como pueblo. Sin embargo, a partir de ello creó un sistema de castas étnicas, en el que ubicó hasta abajo a los judíos, a quienes además culpó de haber causado las graves crisis económicas que habían sumido en la pobreza a muchísimas familias alemanas, señalando a esta etnia, de haber capitalizado a su favor las finanzas y la economía del país. Recordemos que eran los tiempos de la gran recesión que afectó a las grandes economías del mundo, incluyendo la norteamericana.
Sólo así, con el discurso que señalaba a los enemigos del pueblo alemán, logró ganar las elecciones democráticamente, tomar el poder y emprender una dictadura de terror que costó millones de vidas de judíos y otras etnias que no eran arias. Esto sucedió tan solo 85 años atrás, cuando muchos de nuestros abuelitos aquí en México ya habían nacido.
Yugoslavia, en pleno siglo XX, enfrentó en una guerra étnica en la década de los 90s, entre serbios y croatas
En contraste, los españoles fueron invadidos por los musulmanes durante 780 años y su cultura actual representa la fusión de ambas raíces.
La resiliencia del espíritu ibérico, porque en esa época España no existía como nación, les permitió asimilar el legado cultural del Islam y convertirlo en parte de su identidad.
El tema del abuso sexual vinculado con el mestizaje durante la colonización de nuestro territorio, trata de dar solamente el contexto negativo, sin tomar en cuenta historias verídicas de formación de familias mestizas con reconocimiento e identidad, como lo es la de Gonzalo Guerrero.
Cuando Cortés llegó a las costas de Yucatán supo de la existencia de dos náufragos españoles y dio órdenes de rescatarlos. Uno de ellos fue Jerónimo de Aguilar, que se convertiría en su intérprete de lengua maya al castellano, pero el otro, Gonzalo Guerrero, se negó a reintegrarse con su raza argumentado que no abandonaría a la familia que había formado con una indígena maya, con la que había procreado hijos. Tiempo después este soldado ibérico, que había luchado en la batalla por la reconquista de Granada que puso fin a la dominación islámica de la península Ibérica, se convirtió en cacique maya y enseñó a toda su tribu y a otras, aliadas, a luchar en contra de los españoles utilizando las tácticas europeas.
Gonzalo murió a causa de una flecha española y se dice que su cadáver estaba irreconocible, pues ya no era de un español. Estaba tatuado de cacique maya. Así los españoles crearon la leyenda de “el renegado”.
El significado étnico que se origina a partir del desmoronamiento del imperio azteca está anidado en nuestro inconsciente colectivo generando graves conflictos emocionales, que incluso hoy se manifiestan de variadas formas. Le adjudicamos la desigualdad social, la marginación de la población descendiente de los pueblos originarios, así como las injusticias. Pareciera ser que lo que sucedió hace 500 años selló el destino de este país y es la causa de los males del presente. Por ello nos convertimos en víctimas del pasado.
Sin embargo, vemos que aún hoy subsisten actitudes de discriminación étnica, no aceptada racionalmente porque es socialmente incorrecta y reprobable actualmente, pero que está más viva que nunca.
Basta ver su impacto en las oportunidades laborales y en la vida social de México, entre otras manifestaciones racistas. La misma publicidad en México está dominada por identidades aspiracionales, donde pocas veces, o casi nunca, aparecen rostros de ascendencia indígena cercana.
Esto no es culpa de la industria publicitaria, pues esta estrategia responde a los estudios de opinión que realiza para identificar cómo conectar con los consumidores.
Por otra parte, en las oportunidades laborales el aviso “buena presentación” todos sabemos que significa, en la gran mayoría de los casos, que el puesto vacante será dado a quien entre otros atributos tenga la piel más clara. Negarlo, es hipocresía.
El trato que damos a los migrantes centroamericanos es denigrante y racista.
El concepto pigmentocracia describe esta cultura velada, manifestada en el racismo light y disfrazado de hoy.
Por tanto, el mejor homenaje que podemos hacerle a nuestros pueblos originarios es recordarlos y mostrarlos en su época de esplendor. Reconocer que nos dejaron un gran legado cultural producto de una civilización que en su momento de esplendor, rivalizó en conocimientos con la europea.
Por ello a sus descendientes hoy debemos darles la oportunidad de integrarse a la sociedad mexicana en busca de mejores estándares de calidad de vida y no obligarlos a preservar su legado étnico y cultural manteniéndose en su comunidad de origen, absteniéndose de las comodidades de la vida contemporánea.
El punto inicial de este planteamiento es liberarnos del estigma de la derrota nacional que significó el desmoronamiento del imperio mexica, acontecimiento que popularmente es atribuido a invasores extranjeros.
Al reconocer ese importante pasaje de nuestra historia como una insurrección de pueblos indígenas, enemigos de los aztecas, que son los ancestros de un gran número de mexicanos de hoy, podremos dejar de victimizarnos. Hace casi 500 años se dio el fin de un ciclo y de una era y esto marcó el inicio de otra que nos llevó a ser lo que somos hoy: un solo México.
Es fundamental dar un significado incluyente a la conmemoración que se avecina para el 13 de agosto del 2021, plagada de estereotipos reivindicatorios que nos desunen y nos hacen perder de vista que hoy somos un solo país.
La Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, tiene una placa que dice: “No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Este debiese ser el espíritu de nuestra conmemoración.
¿Y usted cómo lo ve?
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