National Geographic
Se cree que la destrucción generalizada de ciudades mayas solo comenzó cuando las sequías amenazaron las reservas de alimentos. Un sorprendente hallazgo en el fondo de un lago está ayudando a derrocar esta teoría.
Una vieja idea sobre los antiguos mayas es que, durante la mayor parte del período Clásico de 700 años (entre el 250 y el 950 d. C.), la guerra era algo más o menos ritualizado. Puede que se secuestrara a la familia real, o que se tiraran abajo algunas estructuras simbólicas, pero las destrucciones a gran escala y las innumerables bajas eran algo raro supuestamente.
Los investigadores en general han creído que, solo hacia fines del período Clásico, las crecientes sequías podrían haber disminuido las reservas de alimentos, lo que a su vez podría haber intensificado las tensiones entre los reinos mayas y generado, como resultado, un violento estado de guerra que se cree precipitó el debilitamiento de esta civilización. Sin embargo, una investigación publicada en la revista Nature Human Behaviour ofrece nuevas pruebas respecto de que el estado de guerra violento y destructivo, con el foco puesto tanto en los recursos militares como civiles (a lo que solía llamarse “guerra total”), existía incluso antes del cambio climático que puso en peligro a la agricultura maya.
En el 2013, al realizar su primer viaje a través de la densa jungla del norte de Guatemala hacia un lago conocido como Laguna Ek’Naab, el paleoclimatólogo David Wahl, del Servicio Geológico de Estados Unidos, buscaba evidencia sobre la sequía de la época que llamamos período Clásico Terminal (800 – 950 d. C.) y sobre cómo este fenómeno podría haber afectado a la agricultura. El lago en cuestión está situado en la base de un empinado acantilado cubierto por las ruinas de la antigua ciudad maya que los arqueólogos llaman Witzna. Wahl creía que los sedimentos del fondo del lago podrían revelar qué pasó con el pueblo que alguna vez vivió tan bien en ese lugar.
“A causa de los alrededores empinados, los sedimentos se fueron acumulando en este lago a un ritmo de casi 1 cm por año”, explica, “lo que nos brinda información de alta resolución sobre lo que sucedía en la zona”. El hecho de que los sedimentos se hayan acumulado a tal velocidad hace saber que los bosques estaban talados y la tierra, despejada. Esto provocó una mayor erosión. A su vez, el polen de maíz que se halló en dichos sedimentos no deja lugar a dudas respecto del principal cultivo de la zona. Aun así, el descubrimiento más extraordinario de Wahl en el fondo de la Laguna Ek’Naab fue una capa, de un grosor de 30 centímetros, formada por grandes trozos de carbón.
“Debido a que la gente suele quemar bosques para despejar la tierra, el carbón es algo bastante común en los sedimentos hallados en los distintos lagos de la zona”, explica. “Pero en 20 años nunca había visto algo tan grueso”.
La primera previsión de Wahl fue que el gran fuego que probablemente produjo todo este carbón (y la disminución de polen de maíz hallado en los depósitos formados en las décadas y siglos posteriores al fuego) podría haberse debido a las sequías de la era Clásica Terminal que el paleoclimatólogo tenía interés por estudiar. Sin embargo, para el período Clásico anterior, cuando el carbón entró al lago (radiocarbon que data de entre los años 690 y 700 d. C.), no había evidencia de sequías.
Mientras que Wahl todavía estaba tratando de hallar el sentido de este descubrimiento, un equipo de arqueólogos liderado por el Explorador de National Geographic Francisco Estrada-Belli de Tulane University comenzó su primera excavación de Witzna, un sitio descubierto inicialmente en los sesenta, pero que nunca se había explorado en profundidad. A medida que iban destapando lo que quedaba de los edificios, descubrían que muchos de ellos habían sido dañados o destruidos intencionalmente. Además, había rastros de fuego por todos lados, lo que sugiere que el fuego podría haber sido prendido, con intención, por enemigos invasores. También encontraron algo bastante extraño: una inscripción en la que se leía claramente el nombre que los mayas le habían puesto a esa ciudad, Bahlam Jol. El nombre maya de muchas ciudades aún se desconoce.
Cuando los científicos buscaron información sobre este nombre en una base de datos de inscripciones de otros sitios de la región, descubrieron que había un monumento de piedra, descubierto en la ciudad vecina de Naranjo, que documentaba una serie de campañas militares exitosas contra reinos vecinos (y en donde se incluía una declaración, de una fecha reconstruida como 21 de mayo del año 697, que decía que “Bahlam Jol ardió”).
“Esta fecha coincide con el momento en que, según la evidencia, el carbón se acumuló en el lago”, dice Wahl, “lo que nos permite vincular, con certeza, la descripción y el fuego”.
Sorprendentemente, Bahlam Jol no era la única ciudad sobre la cual el monumento de Naranjo proclamaba que “ardió”. Lo mismo pasó con al menos otras tres ciudades de la zona, incluso con una que hoy en día conocemos como Buenavista del Cayo, en donde también recientemente se ha encontrado evidencia de fuegos de gran envergadura. Para Wahl y sus coautores, incluyendo a Estrada-Belli, esto sugiere que es muy poco probable que el estado de guerra total haya arrancado recién alrededor de un siglo después, en el período Clásico Terminal.
“El hecho de quemar ciudades hasta arrasar con ellas parece ser una táctica común mucho más antigua de lo que se creía”, dice Wahl, “es por esto que pienso que realmente debemos reconsiderar la idea por la cual se cree que el surgimiento de la violenta guerra hacia el final del período es lo que causó la desaparición de los mayas”. Actualmente, está investigando el rol que el clima pudo haber jugado. Si bien la producción de maíz aparenta haber disminuido severamente tras el gran fuego, realmente desapareció recién alrededor del año 1000 d. C. (época sobre la cual otros estudios han revelado fuertes indicadores de sequías regionales generalizadas).
Esto sugiere que la dificultad de cultivar alimento debido a un clima cambiante podría haber sido un importante impulsor del debilitamiento de los mayas, incluso si no lo fue al intensificar las guerras. El estudio de Wahl suma pruebas a un reciente y creciente conjunto de evidencias que demuestran que las violentas guerras existían mucho antes del período Clásico Terminal.
Tal como indica Takeshi Inomata de la Universidad de Arizona, que ha investigado el estado de guerra precolombino pero no formó parte de este estudio, “hay cada vez más datos sobre la existencia de guerras destructivas durante el período Clásico, lo que podría haber resultado en la disminución del tamaño de las poblaciones y las actividades económicas”. Agrega que, sin embargo y tal como sucede hoy en día, probablemente existieran ciertas restricciones en lo relacionado con la guerra. “Por ende, en lugar de hacer declaraciones categóricas, necesitamos rastrear específicamente cómo es que la guerra fue cambiando en el tiempo”, dice Inomata.
El arqueólogo James Brady, de California State University en Los Ángeles, que ha trabajado en distintos proyectos alrededor de la región pero tampoco participó del estudio, se refiere a estos nuevos descubrimientos como “interesantes y provocadores”.
“Nunca me convenció la idea de que la guerra antes del período Clásico Terminal solo era algo ritualizado”, dice. “Debe de haber sido una realidad desde mucho antes, y solía tener graves consecuencias”.