Ricardo Homs
La película Roma, del premiado director Alfonso Cuarón, nos muestra un México que ya no volveremos a ver.
Desde la vida cotidiana de una familia de clase media, de esa denominación descriptiva ya no utilizada hoy, “acomodada” y la óptica de una de las trabajadoras domésticas, regresamos en el tiempo a aquella época en que la familia era el centro de la vida social.
En esa época la vida se movía a través de valores morales que seguramente hoy se han perdido. No se puede decir que en aquella época la gente no pudiese actuar de modo reprobable, pero sin embargo, los conflictos generaban solidaridad humana y se buscaban soluciones correctas, significadas por el humanismo característico de la mexicanidad que estamos perdiendo.
La solidaridad que se muestra en este drama cinematográfico entre la patrona y su empleada doméstica ofrece ese contexto de la época: las trabajadoras domésticas eran una extensión de la familia.
En un significativo porcentaje de las familias de clase media acomodada, se les protegía como parte del entorno familiar. Incluso viajaban con el grupo en las vacaciones, para apoyar a la patrona, pero en una relación de cercanía que rebasaba el ámbito laboral, con sus beneficios y sus riesgos.
Ese era el México de antes. Donde el silbato del afilador de cuchillos y tijeras, así como el vendedor de camotes con su tradicional carro que silba al exhalar el vapor, ofrecen el ámbito nostálgico y poético de las tradiciones mexicanas, sin faltar la banda de guerra escolar que salía a las calles practicando su participación en el desfile cívico militar del 16 de septiembre.
Por otra parte, la sutileza del manejo del contexto político tiene un gran mérito, pues contuvo la tentación de hacer de este filme una obra contestataria y de denuncia, no obstante que describe un momento crucial de la historia del México moderno: el final del movimiento estudiantil, durante el inicio de la presidencia de Luis Echeverría, significado por la agresión del grupo paramilitar “los halcones” contra una marcha estudiantil pacífica, a lo que se denominó la masacre del Jueves de Corpus, acaecida el 10 de junio de 1971, donde se estima perdieron la vida cerca de 120 estudiantes y transeúntes.
El llamado “halconazo” se convierte en un contexto para describir los tiempos políticos de la historia que nos cuenta Cuarón y hace de un integrante de este siniestro grupo paramilitar un personaje secundario, en cuanto a su presencia en el filme, pero causante del drama narrado.
Desde la perspectiva cinematográfica, la fotografía, en blanco y negro es una obra de arte que exalta el dramatismo y la nostalgia. Este elemento visual nos remite a las películas mexicanas clásicas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, que fue una época de oro para el cine nacional.
Cuarón con su película Roma nos recuerda obras como Los Olvidados, filme cien por ciento mexicano, pero realizado desde la óptica de un cineasta español y surrealista: Luis Buñuel, filmado y estrenado en 1950, que forma parte del legado que hoy es referencia obligada en reseñas de la época. Los Olvidados fue premiado en el festival de Cannes, Francia y marcó la presencia del cine mexicano en el exterior, donde fotógrafos como Gabriel Figueroa dejaron una marca de excelencia, de la cual son herederos esta generación de cineastas mexicanos a la que pertenece, entre otros, Cuarón.
Esta película… Roma, podrá ser una de las últimas películas mexicanas que se vuelvan clásicas y perduren a través de los años.
¿Usted cómo lo ve?
Facebook: @Ricardo.homs1
Twitter: @homsricardo
Linkedin: Ricardo Homs
www.ricardohoms.com