Las jóvenes eligen "misiones" que reciben a través de mensajes encriptados; expertos piden políticas que aborden su doble condición: perpetradoras y víctimas.

Chicas de 15 años ya empiezan a ser contratadas como sicarias… en Suecia

Las jóvenes eligen “misiones” que reciben a través de mensajes encriptados; expertos piden políticas que aborden su doble condición: perpetradoras y víctimas.

Excelsior 

La creciente violencia del crimen organizado en Suecia ha revelado un fenómeno hasta ahora poco visible: adolescentes que se ofrecen como sicarias en chats encriptados. Fiscales y especialistas advierten que su participación —como perpetradoras y, al mismo tiempo, víctimas— ha sido subestimada durante años, con consecuencias para su seguridad y para la respuesta institucional.

Ida Arnell, fiscal en Estocolmo, describió un caso que ilustra la tendencia: “Tuve un caso con una chica de 15 años reclutada para dispararle a alguien en la cabeza”. Según su testimonio, la adolescente “podía elegir el tipo de misión que quería; es decir, apuntar a la puerta del sujeto o a su cabeza. Ella eligió la cabeza”. Fue detenida junto a un cómplice masculino de 17 años —quien apretó el gatillo— y la víctima sobrevivió tras recibir disparos en el cuello, el estómago y las piernas.

Arnell detalló que un número creciente de niñas ofrecen sus servicios a mafiosos en plataformas de mensajería encriptada. Estas jóvenes, dijo, “tienen que demostrar que son aún más decididas y más duras (que los chicos) para conseguir el trabajo”. Aunque no hay una cifra específica que relacione todos los casos con redes criminales, el año pasado unas 280 niñas de entre 15 y 17 años fueron acusadas de asesinato, homicidio involuntario u otros delitos violentos.

La expansión de las pandillas —por tráfico de drogas y armas, fraude a la asistencia social y trata de personas— ha transformado un país históricamente asociado con baja criminalidad. El gobierno califica hoy a estas redes como una “amenaza sistémica”, en momentos en que sus operaciones se subcontratan y se publicitan en sitios codificados. “En general, los jóvenes tienen sed de sangre en estos chats”, aseguró Arnell, “independientemente de su género”.

Autoridades y analistas señalan que los líderes de estas redes operan desde el extranjero y recurren a intermediarios que ejecutan ajustes de cuentas: asesinatos, tiroteos, golpizas y bombardeos improvisados. A menudo, reclutan a menores de 15 años —por debajo de la edad de responsabilidad penal— para las tareas más violentas. Ese “punto ciego” sobre el papel de niñas y mujeres en el crimen ha beneficiado a las organizaciones y ha incrementado el riesgo para las adolescentes, coinciden especialistas.

En abril, el ministro de Justicia, Gunnar Strömmer, admitió la profundidad del problema y la falta de investigación: “A menudo se identifica a las niñas como víctimas… pero su participación en círculos criminales está mucho más extendida de lo que hemos asumido durante mucho tiempo”.

Y alertó que las ideas preconcebidas sobre su rol incrementan el riesgo de que no sean vistas ni como infractoras ni como personas necesitadas de ayuda.

La policía reconoce que existen pocos estudios que describan de manera integral la participación de mujeres en este fenómeno. El Consejo Nacional para la Prevención del Delito de Suecia trabaja en un informe —a publicarse en octubre— sobre los delitos cometidos por niñas y mujeres y los diversos tipos de violencia a los que son sometidas.

KSAN, una organización que agrupa a entidades dedicadas a tratar el abuso de drogas y alcohol entre mujeres, advierte que muchas jóvenes en estas tramas tienen adicciones y traumas no tratados.

“Una gran mayoría… tiene un problema de adicción a las drogas y algún tipo de trauma no tratado”, afirmó Maria Ljuslin, coautora de un informe reciente. El documento también indica que dos tercios de las niñas con delitos relacionados con drogas han sufrido violencia sexual.

El testimonio de Natalie Klockars revela cómo la economía del narcomenudeo recluta y normaliza el riesgo para mujeres jóvenes. Hija de una madre con adicciones y de un padre encarcelado, comenzó a traficar a los 19 años, al inicio para sostener su consumo de cannabis.

“Al cabo de un mes tenía más de 300 clientes. Unos meses más tarde, llegué a 900 y después de eso, dejé de contar”. Reclutó chicas y construyó una clientela solvente, al tiempo que su condición de mujer reducía sospechas: “La gente confiaba en mí… Nadie sospechaba de mí”.

Pero el “dinero fácil” implicó violencia. Embarazada, Klockars rechazó recoger tres kilos de droga tras recibir una alerta de robo. Jóvenes armados la llevaron a un bosque, aún en pijama, y le mostraron a su mejor amigo con una pistola en la sien. “¿Morirá o tendré un aborto por este estrés?”, se preguntó.

La vida de su amigo fue salvada y ella abandonó la actividad criminal el día que nació su hija: “Sabía que ésta no era la vida que quería darle a mi hija”.

El trasfondo es un clima de violencia persistente: tiroteos y atentados con explosivos casi a diario, episodios vinculados a disputas de pandillas que disputan mercados. En los últimos meses se reportaron asesinatos en espacios públicos, incidentes en mezquitas y peleas de bandas con saldo mortal.

Ante la escalada, el gobierno ha propuesto permitir a la policía interceptar comunicaciones de menores de 15 años, con el objetivo de frenar el reclutamiento y el intercambio de instrucciones en canales cifrados.

Los expertos coinciden en que las respuestas deben combinar investigación penal, prevención, atención de salud mental y protección social que atienda la vulnerabilidad específica de las adolescentes inmersas en redes criminales. El desafío, apuntan, también implica reconocer su doble condición: partícipes y víctimas, a menudo coaccionadas por economías ilegales, violencias repetidas y la promesa falsa de movilidad económica.

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