¿Por qué el mundo del arte es víctima de la reivindicación y la protesta social?

Universitat Oberta de Catalunya

Para los expertos, en los últimos años empieza a darse una tendencia en atacar al patrimonio cultural porque supone un altavoz para la protesta

La robaron en 1911, le lanzaron una piedra en 1956, una taza en 2009, un tortazo en 2022 y una sopa en enero de 2024; la Gioconda ha sido víctima de varios ataques en los últimos 100 años. “Es un cuadro demasiado icónico para dejar de lanzar un mensaje potente en una protesta”, explica Marc Balcells, profesor de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en delincuencia contra el patrimonio cultural. No solo este cuadro de sonrisa discreta ha sufrido ataques, sino también otros, como el de Les Meules del pintor francés Claude Monet, que fue untado con puré de patatas; poco antes, en la National Gallery de Londres, militantes de una organización de resistencia civil habían lanzado sopa de tomate sobre Los girasoles de Vincent van Gogh. “Se trata de ponerse ante un altavoz social (son cuadros que tienen un enorme reconocimiento) y llevar a cabo una acción, atentar (con voluntad o no de causar daño) contra ese símbolo y, automáticamente, la acción —y la declaración/reivindicación política— se amplifica y da la vuelta al mundo. Atacar a algo/alguien que tiene visibilidad te hace visible”, explica Francesc Núñez, sociólogo y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC e investigador del grupo MEDUSA.

Las razones: el eco y la situación

Riposte Alimentaire, Última Generación o Just Stop Oil son algunos de los grupos que como forma de protesta han actuado contra cuadros que son patrimonio de la humanidad. “El campo cultural se ha convertido en la palestra de las manifestaciones y las reivindicaciones; es esencial que la protesta tenga relevancia y eco, y escoger un cuadro desconocido en un museo pequeño no tendría el mismo altavoz”, añade Balcells, investigador del grupo VICRIM. Aún sin estadísticas para saber hacia dónde irá este vandalismo, los casos están ahí y, como ya ponen de manifiesto los ataques a la Gioconda, se podrían repetir. Estas acciones pasan por dos factores clave, según el experto. En primer lugar, por “el eco amplificado que se da al hacer la protesta en un espacio tan contenido y calmado como es una sala de museos”, explica Balcells. El segundo aspecto es situacional: un museo es un lugar complejo desde el punto de vista de la seguridad. “Un visitante no quiere sentirse vigilado, controlado… La experiencia de ver el arte debe ser placentera. Esto hace que infiltrarse para hacer una protesta sea fácil, por más que el gran número de casos haya puesto a este tipo de instituciones muy sobre alerta”, añade. Sin embargo, en vista de los hechos sucedidos, ya son muchos los museos, vigilantes y jefes de seguridad que han aumentado la alerta.

El patrimonio cultural es común, el daño también

De momento, son básicamente las artes plásticas (pintura y escultura) las que más están sufriendo este tipo de protestas, aunque Balcells afirma que se están extendiendo a otras manifestaciones artísticas, como los conciertos de música clásica. Como sucedió, por ejemplo, en septiembre de 2023, durante el concierto de la Ópera Estatal de Baviera con el director de orquesta ruso Vladimir Jurowski, cuando unos manifestantes climáticos interrumpieron la actuación.

Cuando una de estas manifestaciones u obras es atacada —en muchas ocasiones sin males mayores que ensuciar el cristal que las protege—, la sensación de que una obra que es patrimonio cultural de la humanidad pueda ser dañada no es agradable. “Somos el patrimonio cultural que generamos, es una parte de lo que somos”, responde Núñez. “Al final, es el acervo (arte, tradiciones, prácticas, objetos) que una cultura, una sociedad va acumulando (a lo largo de su historia) y que, de alguna manera, identifica a esa sociedad. Es la materialización de esa sociedad o cultura”, detalla.

¿A qué penas se enfrentan los atacantes?

En España, el artículo 323 del Código Penal dice que “será castigado con la pena de prisión de 6 meses a 3 años o multa de 12 a 24 meses el que cause daños en bienes de valor histórico, artístico, científico, cultural o monumental, o en yacimientos arqueológicos, terrestres o subacuáticos. Con la misma pena se castigarán los actos de expolio en estos últimos”, explica Balcells. En Italia, el gobierno Meloni, a falta de que la propuesta de ley entre en vigor, ya está endureciendo mucho las penas con multas de hasta 60.000 euros y penas de prisión de hasta 3 años, ante los problemas para proteger el patrimonio cultural de este país, que es casi un museo al aire libre. Este patrimonio cultural es también un eje de transmisión intergeneracional de valores, creencias y tradiciones. “El patrimonio cultural encarna y materializa nuestra creencias y valores, las maneras de estar en el mundo que toman forma y se transmiten junto con él”, concluye Núñez.

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