El sospechoso zumbido del campo

Por Verónica Rosil

El vehículo en el que viajaba se atascó en un resbaladizo fango. Por más que el conductor intentó sacarlo colocando piedras, arenas y pedazos de tabla, no consiguió nada. Ya anochecía, los zancudos hacían su ceremonia vampírica y zumbaban en nuestros oídos la mala suerte del día. No sé cuántas veces desperté, y entre tantas, aluciné la silueta de un niño brincando entre los árboles, tarareaba una canción de cuna, de pronto noté que me sonreía al ser descubierto por la luna llena.

Trabajaba como maestra sustituta en una escuela de un pueblo de escasos recursos, pese a la condición, los albergaba una rica naturaleza, árboles de madera preciosa, ríos caudalosos, diversidad de aves y ganado, por lo tanto, a la comunidad nunca le faltaba alimentos.

Tenía a mi cargo, treinta y cinco estudiantes que cursaban el cuarto grado y a quienes les impartía lengua y literatura.

Un día, en lo que explicaba el tema de los tipos de narrativa, uno de los niños se tiró al suelo y gritaba que no podía respirar.

Inmediatamente lo cargué y les pedí al resto de los niños que le avisaran al director mientras yo lo llevara al hospital. Lo atendieron en sala de emergencia, y a los pocos minutos llegaron sus padres y me dijeron que me mantendrían informada de su estado. No logré dormir toda la noche por la preocupación.

En la mañana, el director llegó a la sección y nos dijo que Carlos estaba sufriendo una fuerte infección renal y que volvería al colegio en una semana. Continuamos con las clases cuando de pronto, otro niño empezó a quejarse que le dolía mucho el estómago, corrió hacia afuera y vomitó. Al tomarlo del brazo, sentí que estaba ardiendo. Por fortuna su mamá vivía a una cuadra del colegio, entonces fue fácil llamarla. Ella mencionó que Joaquín, en la noche, había comido demasiados dulces y que a lo mejor eso le hizo daño, por tanto, solo le daría a tomar un mejunje digestivo.

Una semana después Carlos y Joaquín llegaron a clases. Los demás niños estaban muy emocionados, los abrazaban y compartían frutas y galletas. Como parte de la celebración, en la hora de receso, jugamos a “el congelado”, “el escondite” y adivinanzas. Nos saltamos una hora de clase por la emoción, hasta que empezó a llover tan fuerte que tuvimos que irnos al aula.

Con el paso del tiempo una nube de enfermedades cubrió al resto de los niños, yo también enfermé. En un hospital de la ciudad me realizaron varios análisis y descubrieron que tenía una bacteria peligrosa que es producida al consumir agua contaminada. Le dije al doctor que siempre cargaba con mi botella de agua purificada, pero luego recordé que al finalizar la clase me tomaba un refresco que me regalaban en la cafetería del colegio. Comprendí la gravedad del estado del agua que se consumía allí.

Me di la tarea a investigar. Solicité un taxi para entrar en el corazón del pueblo, donde mis ojos lograran apreciar sus venas fluviales. Sin embargo, en el camino nos quedamos atascados. Tuvimos que dormir allí hasta que llegó un camión y con un mecate logró sacarnos. Después de haber desayunado, continué con el propósito. Descubrí que las fuertes lluvias hicieron que se desbordaran los ríos, llevando entre sus corrientes, un basurero improvisado hecho por la misma población y una industria de agroquímica, del cual esta última llegaba a tirar botellas de insecticidas y fertilizantes.

El brocal del pozo de toda la zona era demasiado bajo, por consiguiente, facilitaba que estas corrientes contaminaran su agua. Tomé una muestra en un envase y fui al ministerio de salud. Les expliqué con pruebas y argumentos. No tardaron en darle seguimiento al caso, trabajaron en conjunto con la alcaldía en mejorar la condición de los pozos y concientizar a la población sobre el almacenamiento de la basura. Desde entonces, nadie volvió a enfermarse.

Por mi parte, en el último día como maestra sustituta, los niños me tenían preparado una fiesta. Sus sonrisas parecían girasoles y sus abrazos se sentían como los primeros rayos de sol anunciando lo nuevo, apartando la oscuridad para un buen porvenir. Después del convivio, me dieron una última sorpresa, cada uno leyó un relato o un poema sobre la importancia del cuidado del medioambiente y mostraron dibujos enseñando los pasos de cómo reciclar la basura. Ya han pasado tantos años y aún los tengo presentes en mi corazón.

Nota: este texto fue incluido en la antología CANTO PLANETARIO: HERMANDAD EN LA TIERRA, Volumen I. (H.C EDITORES, Costa Rica 2023).

Sobre la autora:

Verónica del Carmen Rodríguez Silva, mejor conocida como Verónica Rosil. Nació en Managua, Nicaragua, el 7 de julio 1982. Licenciada en Administración turística y hotelera. Estudiante de la carrera de Lengua y Literatura. Libros publicados: “Aventuras y Travesuras Silvestres” cuentos infantiles, 2009; “Luna Desnuda” poesía, 2013; “Arrecifes” poesía, 2016 y “Los Fantasmas de una dama” cuentos breves, 2021. Rosil, es coautora de la antología CANTO PLANETARIO: HERMANDAD EN LA TIERRA, Volumen I, compilación de Carlos Javier Jarquín (H.C EDITORES, Costa Rica, 2023).

Contacto: veronicagatita56@gmail.com

Categorías