Por María Beatriz Muñoz Ruiz
El otro día estaba tomando café con mi niña en la cafetería del aeropuerto mientras esperábamos a un familiar, mi mirada estaba perdida entre las mesas y la gente que iba de un lugar a otro, cuando noté que mi hija me daba un pequeño codazo y me decía, algo molesta, que no la estaba escuchando.
Y tenía razón, le pedí disculpas y le expliqué el motivo de mi abstracción – ¿Sabes lo que me gustaría, Paula? Vivir cerca del aeropuerto y venirme todos los días a pasar un rato aquí.
Mi hija me miró raro, pero yo seguí con mi explicación –Mira, ese matrimonio con su pequeña de unos tres años, van a viajar a Venezuela después de cuatro años, para ver a la familia de ella. Están nerviosos, impacientes y muy ilusionados.
–¿Cómo sabes todo eso? –preguntó mi hija pensando que me lo había inventado todo.
–Muy fácil, observando, la gente no se detiene ya a observar, vamos a lo nuestro, corriendo de un lado a otro, y al final, si intentamos recordar algo, todo se vuelve en nuestra memoria borroso, es como si vas en un coche a doscientos por hora, si miras por la ventanilla lo ves todo borroso, pero si vas a veinte kilómetros hora, si miras por la ventanilla puedes ver a esa señora que lleva a su nietecito al cole, esa niña que le da de comer todos los días a un gatito callejero y ese señor que se sienta en la puerta de su casa a charlar con todo el que pasa.–pero mi hija me miró con el entrecejo fruncido y me dijo que no había contestado a su pregunta.
–Lo sé porque cuando la pequeña se ha manchado el vestido con el batido de chocolate, su mamá le ha dicho que después de cuatro años que no veían a los abuelos, iba a llegar manchada de chocolate. Lo de Venezuela lo sé porque ella le ha contado a su marido, muy emocionada, todos los sitios a los que lo iba a llevar. – a mi hija le pareció interesante la explicación y miró a la gente que nos rodeaba.
–Si supieras cuantas historias se concentran en un mismo lugar…– seguí diciendo, captando de nuevo el interés de mi hija– Aquí hay gente que viaja habitualmente por temas de trabajo, esos son los que van solos, con ordenadores, y sin expresión de interés en sus rostros, luego están los que se van de viaje por placer, esos llevan muchas maletas, gafas de sol y ropa cómoda.
Y si observamos las despedidas, podemos averiguar mucho sobre las personas que se van y las que se quedan, y en general, diríamos que este lugar es una ventana al mundo exterior, una representación de todas esas vidas que podemos encontrarnos en cualquier sitio.
–Tú lo que eres es un poco cotilla–bromeó mi hija riéndose y haciéndome reír a mí también.
–Eso no es ser cotilla, es mirar el mundo que tienes alrededor y darte cuenta que no eres el único ser humano que existe sobre la faz de la tierra. Todos deberíamos ser conscientes de que somos una pequeña e insignificante partícula en un mundo enorme lleno de historias, eso nos ayudaría a no dar tanta importancia a nuestros problemas ni a nosotros mismos. ¿No crees?
Y con esa pregunta en el aire, mi hija guardó silencio y pensó, que en este mundo el pensar, aparte de ser importante, es necesario para encontrar nuestro lugar allá donde estemos.