Reforma, museo abierto sobre nuestra historia e identidad

Por: Dra. Cristina Torales Pacheco es académica emérita del Departamento de Historia de la IBERO

La Dra. Cristina Torales afirma que la estatua a Colón y la de Cuauhtémoc son esculturas inseparables

El Paseo de la Reforma forma parte del patrimonio cultural de nuestro país. Es el resultado de diversas iniciativas urbanas de numerosos ciudadanos que nos precedieron para hacer del Paseo, con los monumentos históricos, un museo abierto que, vinculado al Museo Nacional de Historia, permita reafirmar día a día la identidad nacional.

En distintos momentos, intelectuales mexicanos han dedicado tiempo a proponer e investigar el origen y la razón de ser del Paseo de la Reforma. En la centuria decimonónica destacan a este respecto Vicente Riva Palacio (1832-1896) y Francisco Sosa (1848-1925), quienes confirieron y dirigieron el programa histórico de nuestro hermoso y emblemático Paseo; así mismo Ramón Rodríguez Arrangoiti (1831-1882) y Luis García Pimentel (1855-1930), quienes sumaron sus plumas para legarnos folletos en los que divulgaron la historia, las características y el significado del monumento a Cristóbal Colón.

Vicente Riva Palacio, destacado liberal, en su calidad de ministro de Fomento, firmó el 23 de agosto de 1877 el decreto para, acorde a la intención del presidente Porfirio Díaz, se procediera a “embellecer el Paseo de la Reforma con monumentos dignos de la cultura de esta ciudad, y cuya vista recuerde a la posteridad el heroísmo con que la nación ha luchado contra la conquista en el siglo XVI y por la independencia y por la reforma en el presente”. Se advirtió en el decreto que, en el Paseo, en seguida del monumento a Colón, ya existente entonces, habrían de colocarse los monumentos a Cuauhtémoc, a Hidalgo y a Juárez, para honrar a esos importantes personajes de la historia.

El ingeniero y arqueólogo Rodríguez Arrangoiti, a quien el emperador Maximiliano había comisionado para edificar el monumento a Colón, escribió con actitud crítica sus Apuntes sobre la historia del Monumento de Colón (1877). Se trata de la primera historia sobre el monumento que fue inaugurado ese año.

El empresario e historiador Luis García Pimentel dos años después de la colocación del monumento publicó su breve texto El monumento elevado en la ciudad de México a Cristóbal Colón en aras de difundir su importancia para la historia de la cultura en México.

Con motivo de la inauguración del monumento a Colón, Francisco Sosa, desde su reconocida trayectoria como periodista e historiador, imprimió el breve y ahora casi inaccesible folleto: El monumento de Colón: estudio artístico, histórico y biográfico. Diez años después, en ocasión de la inauguración del monumento a Cuauhtémoc, símbolo de las culturas prehispánicas, escribió e imprimió el folleto Apuntamientos para la historia del monumento a Cuauhtémoc y un artículo publicado en el periódico El Partido Liberal, en el que propuso a los gobiernos de los estados que obsequiaran dos esculturas de sus hijos “más esclarecidos”.

Esta iniciativa fue acogida por el presidente de la República y a través del general Carlos Pacheco, entonces ministro de Fomento, se expidió el 1 de octubre de 1887 una invitación a los gobernadores de los estados en ese sentido. Unos años más tarde, Sosa escribió el libro Las estatuas de la Reforma, obra que se publicó originalmente en francés con gran calidad para exponerla como aportación histórica literaria mexicana en la Exposición Universal de París en 1900.

A mediados del siglo XX, el historiador del arte Justino Fernández (1904-1972) describió en su libro El arte del siglo XIX en México[4], con su aguda mirada e interpretación estética, las esculturas de Colón y Cuauhtémoc como partes significativas de nuestro legado artístico del México liberal decimonónico. En su libro reveló el generoso apoyo que recibió de su amigo, el abogado e historiador Edmundo O´Gorman (1906-1995), para contar con los fundamentos históricos y jurídicos, soportes de su escrito dedicado a la apreciación estética de los monumentos.

Avanzado el siglo XX, en tiempos del entonces regente Manuel Camacho Solís, el historiador Silvio Zavala (1909-2014) emprendió con tenacidad la promoción de la preservación e integridad del Paseo de la Reforma. Para comprender esta batalla por un historiador enemigo de debates públicos y apreciado internacionalmente por su trayectoria como riguroso investigador y diplomático, habría que citar aquí lo que en el Diario de los debates de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal se dice de él a propósito de otorgarle la Medalla al mérito ciudadano el año de 1991:

Además de sus investigaciones en relación con la conquista y la época colonial, el doctor Silvio Zavala está trabajando en otros temas como es el caso de la Historia del Paseo de la Reforma, cuya edición está a punto de salir a la luz pública y en donde demuestra la innegable función didáctica que esta importante arteria de la ciudad cumple; el Paseo de la Reforma representa para todos los mexicanos un recorrido histórico por diferentes etapas en la vida de nuestro país.[5]

En la solemne ceremonia en la que se le entregó la presea, Zavala mencionó cómo, siendo director del Museo Nacional de Historia ubicado en el Castillo de Chapultepec, había podido apreciar que los mexicanos procedentes de todos los rincones del país, al visitar la capital, después de acudir al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, símbolo religioso de la identidad nacional, recorren el Paseo de la Reforma, referente de los importantes momentos de su historia y emprenden el ascenso obligado a la cúspide del cerro de Chapultepec donde a través de documentos, objetos, pinturas, esculturas etc., se apropian de su historia. En su discurso mencionó cómo el monumento a Colón fue detonante del dedicado a Cuauhtémoc, símbolo de nuestro pasado prehispánico, y cómo a éste siguió el monumento a la Independencia.

Castillo de Chapultepec

Unos meses después de haber recibido la distinción que otorgó la Asamblea, el historiador, con pluma en mano, emprendió una nueva defensa del programa histórico del Paseo de la Reforma, que en ese entonces fue afectado por las decisiones de las autoridades del gobierno de la Ciudad. El Departamento de Arquitectura de nuestra Universidad publicó los numerosos artículos periodísticos de este historiador en un breve pero sabio, sustancioso y muy citado libro: En defensa del Paseo de la Reforma el año de 1997.

Es obligado citar uno de los más recientes libros a propósito del Paseo: La patria en el paseo de la Reforma, al que el lector contemporáneo puede fácilmente acceder pues ha sido publicado en el 2005 por Carlos Martínez Assad, oriundo de Jalisco, quien hace evidente en esta obra su profesión de sociólogo, pero de vocación historiador seducido por la magnificencia de la Ciudad de México.

El Paseo de la Reforma es un excelente componente urbano que sumó el aprecio de la naturaleza, la estética del espacio y la comprensión de nuestra historia que a través del tiempo se ha constituido en un museo abierto e interactivo. En él, los transeúntes no sólo son observadores de los añejos monumentos, sino que parece que dialogan e incluso interactúan con nuestros ancestros para construir, acorde a sus interrogantes, su propia historia. Quienes están representados en los monumentos en cada una de las glorietas, al igual que los habitantes del siglo XXI, son sujetos y/o actores de nuestra historia.

Las numerosas esculturas que componen los monumentos colocados en las glorietas, así como las que flanquean el Paseo, representan el esfuerzo histórico colectivo de los mexicanos. Desde que se trazó por el emperador Maximiliano y se le calificó como Paseo de la Reforma por los liberales Miguel Lerdo de Tejada (1812-1861) y Vicente Riva Palacio, han participado en la selección, ejecución y patrocinio de esta hermosa arteria de nuestra ciudad estadistas monárquicos y republicanos, historiadores, artistas, empresarios, habitantes de la ciudad que regularmente pagan sus impuestos, etc. Pero la configuración de lo que hoy es nuestro Paseo de la Reforma va más allá de las acciones de los capitalinos; es un espacio que integra la historia de la nación toda. Participaron en el patrocinio de las numerosas esculturas que flanquean el Paseo los oriundos de los estados de la Federación.

A diez años del triunfo de la República mexicana, con una visión comprensiva, inclusiva y conciliadora, se colocó en el Paseo de la Reforma la estatua de Cristóbal Colón donada por Antonio Escandón, empresario octogenario quien en 1871 encargó y pagó al ingeniero Rodríguez Arrangoiti el primer proyecto para el monumento a Colón en el que las esculturas que habrían de acompañar a Colón serían: las representaciones de los frailes Pedro de Gante, Bartolomé de las Casas, Juan de Torquemada y Bartolomé de Olmedo.

Escandón viajó a París y allí, asesorado por su sobrino, el abogado, políglota y escritor Alejandro Arango Escandón (1821-1883), hizo algunos cambios para ofrecer una dimensión global al mensaje que habría de trasmitir el monumento. El concepto definitivo y la dirección de su realización debe atribuirse a este intelectual mexicano; y para la ejecución se contrató al prestigiado escultor del Museo Nacional de Historia de París, Charles Henri Joseph Cordier (1827-1905).

En una misiva dirigida por Antonio Escandón al general Carlos Pacheco, secretario de Fomento, escrita en París el 1 de septiembre de 1875, comunicó la donación del monumento que llegó al puerto de Veracruz el mismo año y fue colocado en mayo de 1877. Al tiempo de esa ceremonia, se convocó a un concurso para diseñar el monumento a Cuauhtémoc, símbolo del pasado prehispánico que habría de colocarse diez años después en el lugar que hoy ocupa.

Estas dos emblemáticas esculturas son inseparables. La escultura de Colón va más allá de representar al navegante. Forman parte del monumento las esculturas de los frailes Juan Pérez de Marchena y Diego de Deza, quienes enriquecieron con sus saberes a Colón y facilitaron el viaje de quien más tarde se le habría de designar Almirante del Mar Océano.

Las otras dos esculturas representan a otros dos ilustres religiosos: fray Toribio de Benavente, calificado por los naturales como Motolinía, y fray Bartolomé de las Casas, quienes desde su propia mentalidad comprendieron al otro, al americano. En su conjunto las cinco esculturas representan un periodo culmen de la historia mundial, el Renacimiento.

Colón, Marchena y Deza representan a los numerosos individuos que se atrevieron a estudiar, valorar y explorar el globo terrestre, que compartieron sus saberes e impulsaron la travesía por el Atlántico que dio lugar al reconocimiento del continente americano. De las Casas y Motolinía están en el monumento para recordarnos que además de exploradores y hombres de armas, arribaron al continente individuos inmersos en el humanismo que les motivó a emprender sus tareas de defensa y valoración de los pueblos americanos. Se aproximaron a los naturales desde su historia y cultura; preservaron sus lenguas, sus usos y costumbres y los valoraron y defendieron. Con sus escritos hicieron posible la supervivencia de los naturales y el mestizaje, puntal de nuestra sociedad contemporánea.

Como he dicho, al monumento a Colón, siguió el de Cuauhtémoc para hacer valer la dignidad y defensa de los pueblos americanos, y a fines del siglo XIX habría de proyectarse el monumento a Hidalgo y a los héroes de la Independencia. Como asignatura pendiente en el Paseo de la Reforma quedó el monumento a los próceres del liberalismo mexicano y del triunfo de la República, que debía estar en la glorieta donde a fines del siglo XX erróneamente se colocó, mirando al oriente, a la Flechadora de las estrellas del Norte, que es adonde apuntaba su flecha, más conocida como la Diana cazadora.

Esta emblemática escultura, símbolo de la belleza de la mujer mexicana, fue concebida para representar asociada con el bosque a la diosa griega Artemisa o Diana para los romanos. Estaba ubicada originalmente frente al principal acceso al bosque de Chapultepec. Fue desplazada de su lugar para facilitar la vialidad del Circuito Interior. Se impuso así la decisión pragmática de las autoridades haciendo caso omiso a la lógica de quienes la concibieron.

Desde nuestro horizonte podríamos considerar a la Diana cazadora como símbolo del México moderno, y de igual manera al monumento que conmemora la expropiación petrolera, mismo que dio continuidad al sentido histórico del Paseo de la Reforma. En ambos se manifiesta el papel protagónico que está llamado a desempeñar la mujer en nuestro país.

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