- El teatro y el espectáculo eternizan a uno de sus grandes personajes que ha dado Puebla a la historia del mundo.
Por Mino D’Blanc
¡Tercera llamada!… ¡Comenzamos!…
El público ha ingresado a la sala teatral, dispuestos a disfrutar una puesta en escena o un concierto o un ballet. Termina el espectáculo y salen.
Los artistas llegan, algunos media hora antes, otros una hora, otros tal vez desde la mañana a ensayar y a “sentir el escenario”, “a sentir el teatro”. Salen a comer, se meten a su camerino a prepararse o a descansar.
Ya está todo montado: la escenografía que fue instalada desde muy temprano (las 6:00 de la mañana) o tal vez desde la noche anterior, al igual que los decorados. Los telares que se usan. Las luces ya fueron programadas, al igual que el audio.
¿Cuánto pesa la pared de una escenografía? “X” técnico ya se lastimó; se tropezó y cayó, o se astilló con una de las paredes de la escenografía o se torció, o le cayó una diabla. Hay que conseguir un médico inmediatamente para que lo revisen. ¡Avísenle al delegado del STIC (Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica), ya que son los que regulan los teatros y ven el bienestar de los trabajadores de dicho sindicato! ¿Quién es? ¡No ha llegado!
Y él… a lo largo de 50 años… estuvo ahí. Siempre puntual, siempre presente, siempre dispuesto, nunca quejándose. Aguantó las intensidades de artistas, el mal humor de directores y productores, las mal interpretaciones de empresarios (y más cuando les iba mal en taquilla), las leperadas de los que tenían el poder “por el jefe” (gobierno, gobernador y patronato), la hipocresía de algún vival que cuando sabía que él iba a recibir dinero llegaba a alargar la mano para que le compartiera su sueldo y le decía “papá”.
50 años… 10 lustros de vida… ¡Cuántas anécdotas! Su puesto: escenógrafo, tramoyista, jefe de foro, jefe de staff, delegado del STIC: todo lo que conlleva a un verdadero profesional y amante de la escena. ¡No cualquiera lo entendería! Días y días de no poder disfrutar a su familia, porque su segunda casa fue el teatro; jornadas enteras de lluvia, de temblores, de terremotos. Sí, textual: “de terremotos”; el martes 15 de junio de 1999 la tierra se cimbró en la capital poblana a las 15:42 horas. Intensidad: 7.1 grados de la escala de Richter; epicentro en Tehuacán, Puebla. Ese día se presentaba en funciones de 19:00 y 21:00 horas, al igual que el miércoles 20, la puesta en escena “Las muchachas del club”, producida por el maestro Rubén Lara, dirigida por Salvador Garcini y protagonizada por la primera actriz Ofelia Guilmain, María Victoria, Maristell, Virginia Gutiérrez (quien suplió en esa ocasión a la primera actriz Magda Guzmán) y por el primer actor Luis Gimeno. El empresario local fue el incansable maestro Manuel Reigadas Huergo. Aun así, dieron la función. Mucha gente que había comprado su boleto no asistió por obvias razones. Esa noche doña Ofelia se sintió mal y comenzaron a pedir un médico que la asistiera en el camerino. Por parte de la Asociación Nacional de Actores (ANDA), no había galeno en el teatro, por lo que la delegada tendría que hablar a alguno. Por parte del teatro tampoco había un experto en salud. Él entró al camerino, le preguntó a la primera actriz qué le pasaba, bajó a su oficina, taller, bodega, etc., que tenía a un lado del escenario, sacó una pastilla y se la dio para que se sintiera mejor. El que esto escribe, le pregunto: maestro, ¿qué le pasó? Y me responde: le subió la presión por la impresión del temblor. Segunda función y terminando, Ofelia Guilmain agradece públicamente la atención de él.
Desde muy joven trabajó. Antes de entrar al maravilloso mundo del teatro, laboró en un lugar donde fabricaban ataúdes. Ahí aprendió el oficio de la carpintería.
Fue en el año 1960 cuando ingresó a laborar en el Teatro Principal, el primero de América, fundado en el año 1760. Para ser exactos, 200 años antes de que este gran personaje escribiera también su historia de vida en el majestuoso recinto.
Le tocó ver debutar a muchos actores y actrices nacionales y locales. Le tocó trabajar con las más grandes compañías teatrales y también con las más humildes. Conoció a los grandes histriones, productores, directores, escenógrafos, músicos, cantantes. Con muchos llevó gran amistad; con otros, una relación cordial. Con muy pocos, una rispidez por la forma de ser y mala educación de los susodichos.
Una de las tantas veces que el maestro Carlos Ancira presentó en el Teatro Principal el monólogo “El Diario de un Loco”, cuento de Nikolai Gogol, adaptado para el teatro y dirigido por Alejandro Jodorowski, el actor sufrió una caída. En su desesperación y arrebato, al final de la función, en las gracias, como se le nombra al momento de los aplausos, culpó a Don Chava, diciendo: “¡Fue culpa del señor Talavera!”, a lo que la primera actriz Karina Duprez, esposa de Ancira le recriminó: “el maestro Talavera no tiene la culpa; tú diste un mal paso y tropezaste. El maestro es un caballero y no se vale que lo exhibas así y menos de algo que él no hizo”. Carlos Ancira entró nuevamente a escena y dijo: “quiero ofrecerle una disculpa al maestro Salvador Talavera, que es un gran amigo mío y un profesional y quiero llamarlo a este escenario para que le brindemos un aplauso por su impecable trabajo”.
Cuando fue delegado del STIC, una vez que le llegó a cobrar a un actor –que por respeto no menciono nombre-, quien también fungía como productor de la obra que se presentaba, a éste no le pareció la tarifa impuesta por el sindicato, alegando que podía ser un mal manejo del maestro Talavera y lo correteó dos calles con una pistola. El maestro encontró un refugio y regresó al teatro hasta que las cosas se habían calmado. El actor, quien es hijo de una extinta actriz y que estaba con él en ese momento, fue reprendido fuertemente por su mamá por su desplante y actitud grotesca y tuvo que ofrecer la consabida disculpa al maestro. Cuando regresaba dicho histrión a Puebla a trabajar con alguna obra, lo primero que hacía era ir a su oficina a darle un abrazo y a expresarle su admiración y gratitud.
Llegaban los elencos y muchos de los artistas antes de ir a su camerino, iban a saludarlo.
Él fue un gran pintor de brocha fina y sensibilidad impresionante. Muchas personalidades fueron pintadas por él ya sea en un platón, en un óleo o dibujados en un papel. Muchos de ellos se llevaban de regalo la obra de arte.
En 2010 cambió la administración del teatro y le dijeron que ya no laboraría ahí. No tuvo liquidación, no le dieron ni una recompensa, ni una gratificación, ni siquiera un homenaje o un diploma en el que le reconocieran su trabajo. Muchos artistas firmaron cartas para pedir que se hiciera justicia en honor al maestro. Sin embargo, “el sistema” no lo hizo.
Lo que él se llevó, que nadie del “sistema” pudo quitarle es el cariño, el respeto, la gratitud, la amistad de todos los que le tratamos y el gran caudal de experiencias que lo hicieron ser un hombre sabio, un artista sencillo enormemente grande.
El martes 29 de septiembre escribió su nombre en letras de oro en la eternidad del arte y la cultura. Todos los que hemos tenido que ver con el espectáculo, con la cultura lo sabemos: desde su hijo, quien es el gran Héctor Talavera, considerado el mejor guitarrista de música flamenca de México y uno de los mejores de la historia mundial, hasta doña Coco, la incansable asistente y trabajadora del Teatro Espacio 1900, de don Manuel Reigadas; desde el primer actor Miguel Pizarro que siempre tuvo amistad con él, hasta la primera actriz Susana Alexander, con quien trabajó cientos de veces; desde el actor que apenas estudiaba hasta el más consagrado; desde las compañías teatrales profesionales de Puebla hasta las escolares; desde los directores de instituciones educativas hasta los profesores que llevaban las graduaciones, los eventos.
¡Qué bueno que el miércoles 12 de noviembre de 2019 la escena poblana, comandada por el excelso Manuel Reigadas, le rindió un homenaje en el Teatro de la Ciudad, durante una de las presentaciones de “Don Juan Tenorio”! Fue parte importantísima de dicho montaje desde 1969 que el maestro Manuel lo montó por primera vez hasta 2010, año en el que de la manera más injusta y rufianesca posible –por culpa del “sistema”, o más bien, del que manejaban la “corrúptica” gubernamental, cultural, artística y del patronato- tuvo que dejar el Teatro Principal.
¡Qué bueno que fue merecedor de premios y reconocimientos por parte de la INICIATIVA PRIVADA!
Hoy el teatro y el espectáculo no tendrán más su mano de obra, su paciencia, talento, entereza y sensibilidad, pero sí tienen el legado de toda la sabiduría que él dejó a todos los que lo tratamos y lo queremos, porque la gratitud y el cariño no tienen caducidad, ni siquiera en el umbral de la trascendencia.
Por eso y por mucho más, a nombre de la historia del arte y la cultura, a nombre de Puebla, a nombre de los poblanos, a nombre del teatro universal, a nombre del espectáculo… ¡Por siempre gracias, maestro Salvador Talavera Mancilla, “Don Chava”, “Chavita”!
Por eso y por mucho más, este es un sentido homenaje de todo corazón a su memoria eterna y una súplica a los que tienen a su cargo por parte de los gobiernos el arte y la cultura, para que Don Chava tenga un lugar muy importante en la historia de Puebla.
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