Ricardo Homs
El 22 de abril próximo se estará conmemorando la conformación del primer ayuntamiento de México y América del Norte, el de la Villa Rica de la Vera Cruz, lo cual dio origen a lo que hoy es la Ciudad de Veracruz, acto protocolario realizado por Hernán Cortés.
Este hecho marca el inicio de un proceso histórico que inició en 1519 y concluyó en agosto de 1521, con la caída de la gran Tenochtitlán.
Este acontecimiento histórico que el 13 de agosto del 2021 forzosamente tendremos que conmemorar, marcará de modo determinante la historia futura de nuestro país.
No es un simple hecho histórico, sino el eje alrededor del cual giran grandes significados para nuestra identidad como país y como personas
Este no es un hecho frívolo, como lo describe la senadora Jesusa Rodríguez, quien explica que en esa fecha (la rendición de Tenochtitlán) se comieron por primera vez tacos de carnitas, “porque los conquistadores traían unos cerdos y los mexicanos pusieron las tortillas”.
Efectivamente, Bernal Díaz del Castillo en sus crónicas describe que después de la rendición de Tenochtitlán, Cortés autorizó que se sacrificaran dos cerdos que habían traído de Cuba y los altos mandos militares vencedores, españoles y sus aliados, celebraron su victoria con un banquete. Sin embargo, aún y con esta referencia histórica, no podemos dejar de considerar una frivolidad esta interpretación de una senadora de la república.
El significado que otorguemos a esta importante conmemoración, tiene la capacidad de dividirnos, de modo tal, que puede llegar hasta la violencia, o en caso contrario, logrará unirnos en un sentimiento de orgullo y pertenencia, alrededor del nacimiento de esta gran nación.
Cabe aclarar que conmemoración, no es lo mismo que festejo o celebración. Lo primero nos limita a recordar simplemente. Lo segundo es ofensivo ante el recuerdo de las víctimas.
Los acontecimientos por sí solos no logran ser trascendentes, ni en nuestra vida personal, ni para la sociedad, si no se visten con significados.
Los significados, o le dan una connotación positiva, o negativa. A partir de ello se generan sentimientos que nos estimulan, motivan o empujan a actuar de determinada forma.
La misma connotación, como conquista, nos enfoca hacia una interpretación violenta que remueve la vieja herida y la estimula a sangrar nuevamente.
Desgraciadamente la declaración de esta senadora de la república, que además es directora de teatro, representa la cultura del odio, que es la interpretación histórica prevaleciente después de la revolución mexicana, en la cual nos educamos los mexicanos de hoy.
En su video la senadora dice que, con la conquista, la religión católica “a sangre y fuego fue impuesta por fanáticos religiosos que venían a depredar nuestro territorio y nuestra cultura”.
Es cierto que este acontecimiento histórico estuvo rodeado de desolación, violencia y muerte, pero igual que un parto, el dolor que se vivió en esas fechas, dio vida a una gran nación que hoy es México.
Los mexicanos de hoy tenemos dos opciones: o nos anclamos en los resentimientos, reclamos y el discurso del odio, fijando toda nuestra atención en ese periodo violento, o en contraste, nos enfocamos en el significado del fruto, o sea el legado de quienes sacrificaron su vida y nos dieron una gran nación, cuya identidad representa la fusión de dos grandes civilizaciones, tan poderosas la una como la otra: la occidental y la mesoamericana o precolombina. Dos mundos paralelos que se desarrollaron de modo independiente y florecieron.
Si optamos por la interpretación militar de este acontecimiento, vendrá la confrontación entre los mexicanos de hoy, sustentada en resentimientos y agravios que son parte de nuestra vida cotidiana.
En contraste, centrar nuestra atención en conmemorar el nacimiento de nuestra nación como una fusión cultural, étnica y religiosa, nos envolverá en el orgullo de sentirnos mexicanos y juntos dueños de un gran legado reconocido en el mundo.
Por si nos ayuda a sentirnos bien con nuestro pasado histórico, decidamos cómo queremos interpretar lo sucedido hace 500 años. ¿Vernos a nosotros mismos como herederos de una derrota a manos de un puñado de extranjeros que no sumaban más que entre 300 y un máximo estimado en 800 soldados, apoyados por 15 ó 16 cañones y 15 ó 16 caballos?; ¿O los herederos de una revuelta indígena conformada por tlaxcaltecas, cholultecas y zempoaltecas, más otros pueblos, que sumaron entre diez mil o quizá cien mil guerreros, que aliados con un puñado de extranjeros se sublevaron contra el imperio mexica fundado por los aztecas, que los tenían sojuzgados, a quienes derrotaron?. Una historia local, épica, de valor y dignidad.
El significado que demos a esto será determinante para la interpretación actual y sus consecuencias.
¿Qué tipo de conmemoración queremos?. ¿La del resentimiento por lo que sucedió hace 500 años y que aún hoy nos tiene confrontados bajo argumentos sociales, económicos y nuevamente los ideológicos, o hasta étnicos o la conmemoración de la esperanza por el legado que nos dejó ese difícil parto de una nación compleja ciertamente, pero rica en cultura, tradiciones e historia, ubicada en una tierra pródiga?.
Además, la revalorización de la riqueza de un mestizaje que fundió el talento, la intuición, la imaginación, la espiritualidad y el humanismo de las culturas indígenas, con el raciocinio, la practicidad y otros atributos propios de occidente.
A final de cuentas hoy somos el legado de una afortunada fusión que nos garantiza un gran futuro como país.
Nuestra conmemoración inicia este abril del 2019 con el recuerdo de la fundación del Ayuntamiento de la Vera Cruz, lo cual no debemos dejar pasar con indiferencia.