Universitat Oberta de Catalunya
Hay que desterrar prejuicios y etiquetas que dañan a la persona y a su entorno: “No, los niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad no son vagos”
El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) es la patología neuropsiquiátrica más común en el mundo en la población pediátrica (5,29%). De acuerdo con el estudio de la Revista Colombiana de Psiquiatría, Algoritmo latinoamericano de tratamiento multimodal del trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) a través de la vida, se presume que la prevalencia del TDAH puede variar entre regiones y entre los países latinoamericanos, pero se estima en un promedio del 4,8% (en Venezuela, del 0,76%; en Chile, del 5,8% para los niños y del 1,5% para las niñas; en Colombia, del 6,2%; en Puerto Rico, del 11,2%; y en Argentina, del 3,24%. Pero, ¿qué causa el TDAH? ¿Es solo genética?
Aunque las causas de la aparición de este trastorno se encuentran en factores tanto ambientales como genéticos y epigenéticos (los que son consecuencia de la interacción de genes y ambiente), “la genética tiene un peso muy elevado, en torno al 75-80 %”, afirma Paula Morales, profesora de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Entre los factores ambientales, Morales destaca “aquellos que tienen lugar durante el embarazo, el parto o etapas precoces de la vida”, como exposición a tóxicos ambientales, consumo de alcohol o tabaco, déficits nutricionales, alteraciones metabólicas, bajo peso al nacer, prematuridad, sufrimiento fetal o neonatal por falta de oxígeno, entre otros.
A pesar de toda la investigación que hay tras esta condición del neurodesarrollo, aún existen en la sociedad diversas falsas creencias:
El TDAH no existe. Es cierto que tener dificultades de atención o “ser movido o movida” no tiene por qué ser necesariamente TDAH. En muchas ocasiones estas características pueden aparecer a lo largo de la infancia, como parte del desarrollo normal, donde existe una gran variabilidad. Además de poder tener su origen en características evolutivas, las dificultades atencionales o la inquietud pueden estar relacionadas con otros problemas de tipo cognitivo o emocional, por ejemplo. El TDAH, en cambio, es un trastorno neurobiológico crónico que se inicia en la infancia y cursa con manifestaciones clínicas de déficit de atención y/o hiperactividad e impulsividad.
Morales insiste en que esta condición presenta distintos niveles de severidad y que afecta al desarrollo de la persona en los diferentes entornos en los que se desenvuelve, por ejemplo, a nivel social, familiar, escolar y/o laboral. Estas manifestaciones “no se explican por otras condiciones o trastornos”. Si bien, como indica la profesora, hay una gran heterogeneidad dentro del TDAH, “se ha constatado una base neurológica común en las personas que lo padecen con la presencia de diferencias estructurales y de maduración en el cerebro de las personas con TDAH”, según diversos estudios estatales e internacionales. Por tanto, añade, “hace ya muchos años que no deberíamos discutir si el TDAH existe o no”, sino sobre cómo avanzar en el diagnóstico y la intervención de esta condición, dejando de lado “prejuicios y etiquetas que dañan a la persona y a su entorno: ‘es muy vago’, ‘no lo hace porque no quiere’, y un largo etcétera.”
Miedo a la medicación. El tratamiento de elección en el TDAH se considera multimodal, es decir, “combina intervención psicológica y psicopedagógica individual o en pequeño grupo, intervención con el entorno familiar y escolar y tratamiento farmacológico en aquellos casos que se considera necesario”, indica Morales. Uno de los componentes más importantes de la intervención es la psicoeducación, que implica dar a conocer la condición tanto a la propia persona como a su entorno para favorecer la comprensión y el apoyo.
Solo en los casos en que se considera necesario se plantea un abordaje farmacológico, indicado, sobre todo, cuando hay un impacto moderado o severo de la sintomatología que limita el desarrollo de la persona y su bienestar. En los casos de menor severidad, la medicación no es el tratamiento de primera elección ya que la intervención psicológica y psicopedagógica puede ser igual de efectiva o incluso más. Sin embargo, la profesora explica: “La medicación es segura, con una historia de uso con miles de ensayos farmacológicos” y, siempre con la supervisión de un equipo especializado, se va a ir ajustando según las necesidades de la persona en cada etapa de su vida.
Solo afecta a los niños. El TDAH es una condición crónica del neurodesarrollo. Si bien la hiperactividad tiende a disminuir con el paso de los años, “la desatención y la impulsividad persisten en adolescentes y adultos”, matiza Morales. Aunque el TDAH puede ir reduciendo algunos de sus síntomas con el tiempo, “en el 40 % de los casos todos los criterios se mantienen en la edad adulta”. En este sentido, según los datos del estudio Prevalence and Epidemiological Characteristics of ADHD in Pre-School and School Age Children in the Province of Tarragona, Spain, en el que Morales ha participado recientemente, se calcula que “en cada aula vamos a encontrar como mínimo dos alumnos o alumnas en educación primaria y uno/a en educación infantil con necesidades específicas derivadas de esta condición” y este alumnado va a seguir necesitando apoyos en etapas educativas posteriores, tanto obligatorias como postobligatorias. Morales recuerda, además, que el TDAH también afecta a niñas, adolescentes y mujeres, “a menudo muy invisibilizadas y poco detectadas.”
La importancia de un diagnóstico temprano
“Empezar la intervención pronto supone un mejor pronóstico. En la etapa infantil es posible diagnosticar casos de elevada severidad en que el impacto de la sintomatología es evidente y genera mucho deterioro. Por ejemplo, niños y niñas en los que la hiperactividad e impulsividad es tan elevada que pueden vivir situaciones de riesgo o hacerse daño, o que impide desarrollar cualquier otra actividad de forma convencional. En casos leves o moderados, en esta etapa vamos a poder identificar sobre todo síntomas de hiperactividad e impulsividad. La desatención empezará a sobresalir en el paso a educación primaria, cuando la exigencia académica y de regulación atencional es mayor”, explica la profesora.
“En todos los casos es importante hacer un seguimiento del desarrollo y reevaluaciones para ver cómo avanza. Detectar síntomas de desatención e hiperactividad/impulsividad no tiene por qué significar la confirmación del diagnóstico, pero nos permitirá intervenir preventivamente para fomentar las estrategias del niño, de la familia y de la escuela para la regulación emocional, conductual y atencional”, añade. Es importante que el diagnóstico esté bien establecido en la etapa de primaria “para guiar la intervención fuera y dentro de la escuela, y también porque la evaluación de diagnóstico va a permitir valorar la presencia de comorbilidades (trastornos asociados) que son frecuentes en niños/as con TDAH, es decir, trastornos de aprendizaje, de conducta o emocionales. Para estos trastornos tendremos que intervenir de forma específica para evitar su cronicidad y reducir el impacto escolar, familiar y social”, completa.
A pesar de la importancia que concede la experta a la detección precoz del TDAH, a veces el diagnóstico no llega hasta la adolescencia o incluso la edad adulta. El no haber recibido apoyo y terapia “dificulta mucho el día a día de la persona, el progreso académico y laboral, también las relaciones sociales y de pareja”, indica. Además, señala, en estos casos de diagnóstico tardío suelen estar presentes con más frecuencia trastornos comórbidos. Las personas con TDAH no tratadas a tiempo tienen más riesgo de fracaso y abandono escolar, a pesar de tener un nivel adecuado de capacidad. Como se indica recientemente en un estudio genético liderado por los institutos de investigación Vall d’Hebron (VHIR) y Pere Virgili, además, la ausencia de intervención puede comportar un mayor riesgo a presentar otras comorbilidades, como el abuso o dependencia de sustancias, sufrir lesiones accidentales debidas a una mayor impulsividad y a la hiperactividad y seguir una dieta menos saludable que puede suponer una menor esperanza de vida.
Paula Morales, dentro de su experiencia investigadora, ha participado en diversos estudios sobre la epidemiología y psicopatología del TDAH, con datos que revelan la relación entre el TDAH y la salud mental: “La concurrencia de problemas de ansiedad y depresión en niños y niñas con diagnóstico de TDAH es muy elevada desde etapas tempranas del desarrollo”, explica. También se desprende de su labor de investigación, junto con su grupo de investigación, que los preadolescentes con TDAH triplican el riesgo de problemas emocionales con respecto a la población que no padece este trastorno y que sufren bullying con mucha más frecuencia: 35 % frente al 19 % de sus iguales sin TDAH.