Staff/RG
- La Mtra. Pía Taracena revisa el papel de México de cara al evento regional y sus implicaciones a nivel geopolítico
El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, había dicho que sí iba a la IX Cumbre de las Américas, que se llevará a cabo en la ciudad de los Ángeles, California, Estados Unidos, entre el 6 y el 10 de junio de 2022; pero cambió de opinión después de la gira que hizo a algunos países de Centroamérica y a Cuba entre el 5 y el 9 de mayo.
Entonces empezaron las especulaciones: ¿qué había pasado?, ¿por qué el cambio de opinión?, ¿le hablaron dulcemente al oído para convencerlo de que es el gran líder en Latinoamérica?, ¿que debía enfrentar a Estados Unidos en el tema de las relaciones con la región?
Lo cierto es que después de la visita declaró que él no iría a la cumbre si no estaban incluidos sobre todo tres países: Venezuela, Nicaragua y Cuba que, por ser considerados por Estados Unidos como países poco democráticos, no estaban en la lista de invitados.
De entrada, la idea de la inclusión de todos no es mala, de hecho, es lo que debería de ser. La Cumbre de las Américas es una reunión, parte del sistema de la Organización de Estados Americanos (OEA), en la que se abordan los temas importantes en la agenda hemisférica como son: migración, democracia o la agenda de género, entre otros. Participan todos los estados miembros de la OEA, sociedad civil y empresarios, países extracontinentales en calidad de observadores, pero, sobre todo, es un espacio para que los jefes de Estado y de gobierno de la región se vean cara a cara.
La respuesta de Estados Unidos se dio está semana al señalar que definitivamente Nicaragua y Venezuela no serían invitados. Nicaragua por la dictadura del presidente Ortega y Venezuela porque el gobierno que reconoce Estados Unidos es el de Juan Guaidó. Pero dejó la puerta abierta a Cuba.
La posición del mandatario mexicano se complicó, ya que los países a los que defendía fueron definiendo sus posturas, antes incluso que Estados Unidos aclarara el tema de las invitaciones.
El presidente Ortega se autoexcluyó de participar en una cumbre de una organización a la que, desde noviembre del 2021, renunció y no sólo eso, sino que en abril 2022 expulsó de su territorio. En el caso de Venezuela, desde 2017 anunció su retiro de la organización. Actualmente no tiene representante y para efectos prácticos no pertenece al organismo. En el caso de Cuba, es bien conocido que desde la Guerra Fría no es miembro de la OEA y no ha querido serlo a pesar de reiteradas invitaciones de reingreso por parte del organismo. Esta misma semana, el mandatario cubano también dijo que no participaría en la cumbre.
La propuesta de AMLO por lo tanto y a sabiendas que la situación es la que es, se percibe más como la búsqueda de un liderazgo hacia América Latina, que recupera el enfrentamiento con Estados Unidos, para fortalecer una narrativa hacia ciertos países de la región y de consumo interno en México, de esa manera, se presenta como el boicoteador de la cumbre angelina.
Pero el juego no le salió, dos de los tres países a los que defendía, se autoexcluyeron, Estados Unidos no los invitó, pero tampoco suspendió la cumbre y va a trabajar con los países “amigos” que asistan. Para lo cual, ha desplegado toda una estrategia de convencimiento que ha rendido frutos. Países caribeños que dudaban ir, en apoyo a la idea de incluir a todos, han confirmado su asistencia, 13 en total. Argentina, aunque apoya la idea de México, asistirá en la persona del presidente Fernández, y Brasil, que después de la visita de Chris Dodd, logró que el presidente Bolsonaro dijera que siempre sí va.
Así que el presidente AMLO tiene un gran dilema, provocado por él mismo, ir o no ir. El jueves 26 de mayo en la mañanera dijo que tal vez sí iba, pero en la mañanera del viernes 27 dijo que estaba esperando una última declaración de Joe Biden. Parecería como si no supiera que Ortega y Díaz-Canel dijeron que ya no van. El mandatario mexicano no se atreve a decir que no va.
En caso de que no fuera, sería, seguramente, el canciller Marcelo Ebrard quien asistiría, minimizando la presencia de México en una cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. El presidente mexicano debería de ir a la cumbre y aprovechar el espacio para afianzar su idea de una “nueva unión americana” que incluya a todos.
Así, sí fortalecería un liderazgo regional, que hoy por hoy parece ser sólo con una parte de los países de la región y abonaría a lo dicho por el embajador Ken Salazar, que la relación con Estados Unidos es buena. De lo contrario, quizá la relación entre el presidente AMLO y el presidente Biden quedaría marcada por el desagravio.