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Unidos, para intentar cambiar de vida. Migran solos o en grandes grupos, y por múltiples razones: huyendo de la pobreza, la violencia, la discriminación y, cada vez más, para dejar atrás los desastres causados por fenómenos meteorológicos extremos que han devastado sus comunidades.
Algunos de estos migrantes medioambientales han compartido* sus experiencias con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Lo que todos tienen en común es que lo perdieron todo por el paso de los huracanes “Eta” e “Iota” en noviembre de 2020. Sus testimonios muestran cómo la migración en todo el mundo se ve cada vez más afectada por las consecuencias de las inundaciones, huracanes y tormentas. En definitiva, por el cambio climático, ya que tal y como exponía un informe publicado ayer por Noticias ONU, América Latina y el Caribe será una de las regiones más afectadas por el calentamiento global.
Huyendo de la ira de la naturaleza
La región centroamericana se ha caracterizado por ser especialmente vulnerable a los impactos del cambio ambiental y climático. En el Corredor Seco, un espacio árido que ocupa gran parte de Guatemala, Honduras y El Salvador, la agricultura de subsistencia se ve afectada regularmente por la sequía. Por ello, cuando se producen desastres repentinos, como los ocurridos en noviembre de 2020, superan la capacidad de resistencia de los hogares.
Marvin, Jenny y Carlos no se conocen, pero los tres son centroamericanos. Están en Tijuana por la misma razón: lo perdieron todo a finales del año pasado como consecuencia de los huracanes citados.
Los tres están varados, expectantes, en una de las ciudades más transitadas de la frontera entre México y Estados Unidos. Desean poder pasar de alguna manera al otro lado y dejar atrás el momento de sus vidas en el que la naturaleza aniquiló sus propiedades y sus sueños.
“El río Motagua es destructivo”
Marvin es un agricultor de treinta años. Emigró con Karen, su mujer, y sus dos hijos desde el departamento de Izabal en Guatemala. Lo que dejó atrás es una pesadilla.
En noviembre de 2020, los dos huracanes “Eta” e “Iota”, de categoría 4 y 5 respectivamente en la escala Saffir-Simpson, devastaron la región y afectaron a siete millones de personas en diez países, entre ellos varios de Centroamérica, el Caribe y México.
Guatemala fue uno de los países más afectados, junto con Honduras y Nicaragua, según la evaluación del impacto de los huracanes realizada por el Centro de Seguimiento de Desplazamientos de la Organización Internacional para las Migraciones. Además, “Eta” e “Iota” provocaron 1,7 millones de nuevos desplazamientos, especialmente en Nicaragua, Guatemala y Honduras, según ese Centro.
Marvin y su familia lo vivieron de cerca: “Cuando nos dijeron que venía ‘la llena’ (la crecida del río), no lo creímos. No llovió mucho, pero no sabíamos que en el oeste del país había grandes tormentas. Un río que viene de Honduras se llenó completamente, y terminó llenando también el río Motagua”, dice el campesino.
“Tenía un pobre animalito, un caballo, para jalar el producto, el maíz, la yuca… Tenía un trabajo diario con la ayuda del caballo, para sacar los productos del campo, a la carretera, para coger el autobús o el coche, para llevar el producto a los mercados, y la riada también se lo llevó, el pobre animal se murió, lo perdimos, las vallas se perdieron, todo se perdió”, añade.
Antes de esto, Marvin trabajó en una empresa de plátanos que luego cerró: “La empresa colapsó y despidió a todos sus trabajadores. Prácticamente dependíamos todos de ellos porque, sin esos salarios, no tenemos medios para cultivar la tierra, para comprar las semillas, los fertilizantes, los líquidos, que se necesitan”, dice Marvin.
Su esposa, Karen Patricia, completa la historia de lo difícil que fue y explica cómo la migración se convirtió en su único método de supervivencia: “Mis hijos querían comer, pero no teníamos nada. Fue muy duro vivir eso, así que tomamos la decisión de salir de allí; no teníamos otra opción”, dice la madre migrante.
Cruzar México no fue fácil. Se ahorran los detalles, pero dejan claro que el camino estuvo lleno de dificultades.
“Lo que quiero es que mis hijos no pasen por lo mismo que nosotros. Sería muy duro para ellos volver a vivir esto”, dice Marvin, que echa en cara a las autoridades de su país que nunca les avisaran con antelación de “Eta”.
El agua se llevó todo, todo, todo
Jenny, por su parte, es hondureña, de una zona del departamento de Cortés llamada Bajos de Choloma. En 2020 trabajaba en una empresa de costura, pero debido a la pandemia del COVID-19 se quedó sin trabajo, como muchas otras personas.
En su caso, la experiencia de ‘Eta’ e ‘Iota’ le hizo recordar ese otro momento traumático de su vida, el paso del huracán “Mitch” por su comunidad hace 23 años.
“Cuando pasó el huracán ‘Mitch’ nos tuvieron que sacar en botes para un cerro y de ahí, gracias a Dios, mi papá y mi mamá, nos recuperamos, pero ahora con los huracanes ‘Eta’ e ‘Iota’ prácticamente lo perdimos todo…”, explica al borde de las lágrimas.
La zona en la que vive está rodeada de “bordos” (presas de contención) que, durante las fuertes lluvias, como en esta ocasión, se rompen y desbordan provocando inundaciones y destrozos. Cuenta que la familia se salvó, pero perdió sus bienes.
Cuando regresó al pueblo, sus peores temores se hicieron realidad: “las casas se perdieron, el agua se llevó todo, todo, todo. Fue triste para nosotros volver y no encontrar nada después de tantos años de lucha por tener algo”, dice.
El dolor de ver perderlo todo
La misma experiencia vivió Carlos: “Fue muy doloroso ver cómo se perdía lo poco que se tenía”.
“Soy agricultor y me dedicaba a la agricultura en mi país, pero con el paso de los huracanes lo perdí todo y decidí emigrar a Estados Unidos”, cuenta este campesino de la comunidad de El Belloto, en el departamento hondureño de Lempira, que emigró con su hijo de 5 años.
La zona montañosa en la que vivía no es especialmente propicia para la agricultura, pero solía plantar café, maíz y frijoles, cultivos básicos en Centroamérica.
“Vivíamos bien, no nos faltaba nada. Después de los huracanes, nuestra casa quedó destruida, perdimos la parcela donde trabajábamos, la cosa se puso fea”, dice.
Fueron varias semanas de lluvias que provocaron que “nos quedáramos con las manos vacías” y que mucha gente acabara en la calle, sin trabajo, sin posibilidad de ganarse la vida. Sin opciones para mantener económicamente a su familia, Carlos pensó que la mejor opción era marcharse.
El 1 de febrero, junto a su hijo, partió hacia Tijuana llegando el 19 de marzo. La decisión no le pesa: “Es horrible quedarse sin nada de la noche a la mañana. Es como si no se te ocurriera nada, no había nada que hacer en ese momento y se me ocurrió mudarme aquí, a Estados Unidos, porque es la única manera”, añade.
Junto a su hijo, Carlos Alfredo, recuerda lo que dejaron atrás e insiste en que, pase lo que pase, volverán a su comunidad. Sin embargo, le recuerda a su hijo pequeño que las cosas no serán iguales.
“La lección que le dejó (el haber emigrado) es que, aunque te enfrentes a la adversidad, siempre puedes levantarte, por mucho que te cueste. Se va a dar cuenta de lo que perdimos y que, por Dios, lo vamos a recuperar algún día, ¿no? Y, gracias a Dios, que está viviendo la aventura conmigo aquí”, comparte Carlos.
La Organización Internacional para las Migraciones lleva décadas trabajando sobre los vínculos entre migración, medio ambiente y cambio climático. Esta agencia de la ONU ayuda a las personas y a los gobiernos a prepararse para los efectos adversos del cambio climático en la migración. También lleva a cabo programas de adaptación y mitigación del cambio climático, de reducción del riesgo de catástrofes y de estabilización comunitaria para ayudar a las personas a permanecer en sus hogares y evitar la migración forzosa.
Cuando la migración es la única opción, la Organización trabaja con los gobiernos para garantizar vías seguras, ordenadas y regulares para la migración, y proporciona ayuda a quienes se ven obligados a huir de sus hogares.
La OIM ha publicado, junto con la Secretaría del Sistema de Integración Centroamericana (SICA), un estudio reciente sobre la relación entre la migración, los desastres y el cambio climático en Centroamérica. También apoya el desarrollo de políticas adecuadas para prevenir la migración forzada y atender las necesidades de los migrantes climáticos.