Staff/Rossi
· Dicha actividad formó parte de la ‘Cátedra Pablo Latapí 2020’
· Directora del Departamento de Educación de la IBERO participa en el panel ‘Investigación educativa, formación de investigadores y compromiso social con la historia presente. Cultivar la esperanza’
Ya en 1977 Pablo Latapí señalaba que las investigaciones educativas en México han sido mayormente teóricas y han estado alejadas de tener una aplicación real pues, aunque aborden problemas relevantes, sus resultados no alcanzan a tener efectos notables, recordó la doctora Hilda Patiño Domínguez, directora del Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, al participar en el panel Investigación educativa, formación de investigadores y compromiso social con la historia presente. Cultivar la esperanza.
En esta actividad, que formó parte de la XI Cátedra Pablo Latapí Sarre. ¿Es posible recuperar la esperanza? El legado de Pablo Latapí ante tiempos difíciles, abundó que, si bien quienes realizan investigaciones educativas quisieran ver que éstas tienen un efecto positivo en las principales demandas populares, como el acceso a la educación y la mejora de la calidad educativa, “parece que la política pública no alcanza a tejerse con los resultados de estas investigaciones”.
Esa falta de resoluciones a problemas reales, comentó la académica de la IBERO, tiene que ver con una percepción de poca utilidad social de la investigación educativa, no obstante que Latapí sostenía que ésta debía influir de manera positiva en la toma de decisiones para el desarrollo de la educación y, en consecuencia, en las problemáticas sociales. “Y esa es la manera en que se podría demostrar el valor social de las investigación educativa”.
En respuesta a la pregunta ‘¿cuáles son los principales retos de la investigación educativa en el contexto actual?’, formulada en dicho panel, la docente, quien imparte clases en el Doctorado Interinstitucional en Educación, mencionó que no se ha logrado tener la suficiente cantidad de investigación educativa y tampoco se han logrado diversificar las instancias donde se realiza, ya que se concentra en los programas de posgrado de unas cuantas universidades, principalmente las que tienen académicos(as) que forman parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
Pero ahora hay una presión social fuerte, exacerbada por la pandemia del COVID-19, que demanda y exige una educación de mayor calidad, para que las personas puedan tener más oportunidades de trabajo y de esta forma mejoren su calidad de vida.
En este escenario complejo, la investigación educativa requiere apoyarse en diversas disciplinas del conocimiento, por lo que, para realizarla, se necesita contar con equipos multidisciplinarios en donde colaboren pedagogos, sociólogos, historiadores y especialistas en estadística, que juntos deben mirar las mismas problemáticas sociales para poder ofrecer resultados confiables que, ahora sí, permitan incidir en las políticas públicas.
Una investigación que “salga del gabinete” permitiría a las y los usuarios de ese nuevo conocimiento aplicarlo a un contexto real y resolver una problemática verdadera. A la par, atendería esa otra preocupación que tenía Pablo Latapí, la escasez de investigadores capacitados para fomentar el aprendizaje y el desarrollo intelectual; para contribuir al desarrollo económico, cultural y a la integración sociopolítica de México; y para resolver las necesidades de justicia social.
Las escuelas eficaces
A la segunda pregunta hecha en el panel, en un escenario que nos demanda cultivar la esperanza, ¿cómo formar investigadores que bajo una perspectiva de compromiso social respondan a retos en la investigación educativa?, Patiño Domínguez respondió, en primera instancia, “qué bueno que ya superamos hace mucho las teorías de la reproducción social, que nos encerraban en la falta de esperanza. Esas teorías que decían que la educación no tenía nada que hacer para ayudar a la gente a superar su calidad de vida”.
Una de esas teorías, el Informe Coleman (1966), sostenía que la gente de raza negra en las universidades tenía resultados educativos menores, y atribuía eso a sus condiciones sociales y culturales. Empero, poco después de haber publicado esta investigación, los mismos que la realizaron reconocieron que había fallas en su análisis, que se abusaba de la interpretación y que hubo dificultades para cuantificar los insumos y el rendimiento del estudiantado.
Mas nadie hizo caso a las proclamas de su equivocación, hasta muchos años después en que otros estudios mostraron evidencias contrarias, afirmando la posibilidad de que la escuela sí podía incidir directamente en la mejora de la vida de las personas, tras descubrir las ‘escuelas atípicas’, en las que el alumnado obtenía muy buenos rendimientos académicos a pesar de sus condiciones socioeconómicas adversas.
En otro estudio, Edmonds encontró que, en dichas escuelas, también llamadas ‘escuelas eficaces’, el estudiantado destacaba gracias al liderazgo del director(a), quien prestaba especial atención a la calidad de la enseñanza, tenía altas expectativas en la posibilidad de que las y los estudiantes pudieran aprender, generaba un clima ordenado y seguro que facilitaba el aprendizaje, y ponía un énfasis en el logro de habilidades básicas y en la realización constante de evaluaciones del rendimiento.
Es así que la investigación educativa “fue haciendo que descubriéramos que las y los directores y el ambiente escolar tienen una influencia directa en la vida de las y los estudiantes; y hemos logrado salir de aquella trampa de la reproducción social que no nos daba esperanza”.
Esperanza, el motor vital de las y los investigadores
Otra cuestión ya superada en la investigación educativa, resaltó la Dra. Hilda Patiño, es la dicotomía entre las metodologías cuantitativas y cualitativas, y desde hace 20 años o más se optó por los métodos mixtos.
“Si ustedes me preguntan, cómo formar a las nuevas generaciones de investigadores, yo diría, apostemos por las metodologías mixtas, por ejemplo, contar con la objetividad positivista y con la capacidad de entendimiento fenomenológico del paradigma interpretativo, y la proyección de repercusiones del paradigma crítico, pues impulsarían cualquier estudio dirigido a la mejora de la realidad actual de la investigación educativa en México”.
“Para la formación de las y los nuevos investigadores es muy importante este acercamiento a los problemas educativos desde metodologías mixtas que permitan los beneficios de ambos paradigmas, del cuantitativo y del cualitativo”.
Por último, la docente de la Universidad Iberoamericana consideró que la esperanza debe ser una cualidad constitutiva, “casi el genoma”, de quienes se dedican a la tarea de educar; y no se debería realizar esta labor si no se tiene una visión optimista de que se pueden cambiar las cosas, de que el profesor(a) puede hacer la diferencia. Esta visión es extensiva a las y los investigadores que se dedican al campo de la educación, ellas y ellos también deben tener esperanza en la capacidad de transformar la vida de las personas a través de la educación.
La esperanza “es un motor vital” que las y los formadores de investigadores(as) deben cultivar en éstos, en sus alumnas(os) de posgrado, para que estén convencidas(os) de seguir adelante con la investigación educativa. “Cuando tenemos esperanza estamos en condición de luchar para conseguir nuestros objetivos, y yo creo que esa es una tarea ineludible de la educación, más en tiempos difíciles como los que vivimos ahora”.
La Cátedra Pablo Latapí
En Investigación educativa, formación de investigadores y compromiso social con la historia presente. Cultivar la esperanza también participaron, como panelistas, el Dr. Enrique Luengo González, de Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO); y el Dr. Juan Martín López Calva, de la Universidad Iberoamericana Puebla y la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP). Además de la Dra. Eiko Gavaldón Oseki, de la Universidad Iberoamericana Torreón, en calidad de moderadora.
Este año la XI Cátedra Pablo Latapí Sarre. ¿Es posible recuperar la esperanza? El legado de Pablo Latapí ante tiempos difíciles tuvo como sede, virtual, la Universidad Iberoamericana León. La Cátedra, es un proyecto desarrollado por el Campo Estratégico y Acción en Modelos y Políticas Educativas (CEA-MOPE) del Sistema Universitario Jesuita (SUJ).
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