Por Rossi Er
La sociedad actual está viviendo un cambio drástico en su estructura familiar, con el consiguiente deterioro de los lazos del amor, el respeto, los valores y hasta la esperanza. Esto conlleva a una generación sin un fundamento sólido de afecto y convivencia familiar, y almas abrumadas por la soledad, el desamor y la tristeza, que tratan de llenar estos profundos vacíos ya sea saturándose con el uso masivo de la tecnología, la adquisición compulsiva de bienes materiales, el abuso excesivo de licor o sustancias psicoactivas que oculten o suplan de alguna forma la pobreza emocional que anida en el fondo de su corazón.
Aunque este tema es sumamente delicado y tiene muchas aristas, lo cierto es que bajo la lupa que se mire, cómo se podría pedir algo distinto a esta generación de niños muchos de ellos sin una base familiar estable, con hogares rotos o con ausencia casi completa de sus padres debido a las múltiples obligaciones laborales en pro de una economía mejor.
Niños y jóvenes ubicados en polos muy opuestos de la balanza económica, algunos con dinero, autos, privilegios, celulares de alta gama, otros en extrema pobreza deambulando en la calles o durmiendo debajo de los puentes, con la maldición de la mendicidad a cuestas, pero ambos con un denominador común: sin hogar, sin afecto, ni un entorno familiar donde se sientan identificados y con una estructura ejemplarizante o mínimamente estable. Chicos que no conocen del amor y los cuidados de una madre presente en sus vidas ni en su desarrollo, pues al poco tiempo de nacer son llevados a instituciones o albergues para que otras personas les cuiden y los “eduquen”
Y si bien uno de los meollos del asunto tiene que ver con la economía, también hay otra situación que sería importante considerar. Desde mi punto de vista, una de las grandes falencias en algunos casos es el hecho de que un número importante de estas madres traen como lastre heridas y dolores que a su vez recibieron de su entorno familiar. Cicatrices internas y profundas grabadas en los pliegues de su alma. Heridas disfrazadas de ira, agresión, gritos y abandono. Dolores, maltratos y abusos emocionales y físicos camuflados tras la máscara del olvido y la indiferencia.
En estos casos específicamente, sería muy oportuno para nuestra sociedad, incrementar medidas para que las mujeres inicien un proceso de sanidad interior y de confrontación con ese pasado antes de afrontar el suceso de la maternidad. Que se desarrollen y fortalezcan soluciones integrales y asequibles a través del estado para colaborar en este proceso para las féminas, desde las escuelas, colegios y familias, con la asesoría de profesionales en Psicología y medicina, al igual que en talleres que promuevan la capacitación en labores que contribuyan a la economía doméstica y les den ese sentido de autoestima y seguridad que todo ser humano necesita para sentirse valorado.
Quizá esta sería la oportunidad de un cambio real y radical en la base de nuestra convulsionada sociedad actual.
(Talvez sea una utopía… pero a mi alma le gusta soñar con utopías).
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