Soy historia, y no en el buen sentido

Por María Beatriz Muñoz Ruiz

  • Hoy he tenido una revelación impactante: soy parte de la historia.

No, no porque haya hecho algo digno de aparecer en los libros, sino porque me ha alcanzado la historia; mi hija y yo estábamos estudiando la democracia en España y me ha resultado muy fácil explicárselo, conocía de primera mano todos los datos sobre Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy y ETA.

Lo cierto es que he enriquecido la explicación del tema con bastantes anécdotas, algunas divertidas y otras dramáticas, pero lo dramático ha sido darme cuenta que sabía perfectamente de lo que estaba hablando porque lo viví en primera persona.
Yo estuve ahí, vi esas noticias en directo, escuché a esos políticos en televisión y recuerdo lo que estaba haciendo cuando sucedió todo, en ese instante sentí una punzada en mi interior, en parte porque creí que no era tan mayor y en parte porque sentí que el tiempo había pasado demasiado rápido.

Era una niña cuando me preocupé por una amiga del cole que vivía en un bloque de pisos en los que la banda terrorista ETA puso una bomba, mis hijos tenían un año cuando la crisis económica de 2008, y viví por lo menos hasta los veinte años sin móvil.

Cuando estudiaba la revolución francesa o el imperio romano, parecían ser cosas lejanas, como sacadas de una película, pero allí estaba yo, reviviendo recuerdos de mi vida plasmados en un resumen de apenas dos folios.

Pero lo peor no es eso, mi crisis de la edad se agravó cuando mi hija me miró con curiosidad y me preguntó: “¿Y cómo fue vivir en aquella época?

¡Como si le estuviera contando batallitas de la Edad Media! –pensé yo indignada.

Pero mi primera respuesta, y esto es aún peor, fue defender mi época, así que yo, patéticamente, le dije muy digna: “En primer lugar, se hablaba cara a cara con las personas, no podías ponerte filtros para ligar, y mi vida solo la conocían los que mantenían contacto conmigo. Tenía clase de labores y cuando nos aburríamos nos cosíamos los dedos por el pellejito, comprábamos la revista súper pop y forrábamos el dormitorio con poster, eso sin contar con que Netflix no existía y de pequeña solo teníamos dos canales de televisión”
–No me puedo creer que vivieses así– comentó mi hija, no sé si con admiración, pena o curiosidad, pero en aquel instante me sentí como un fósil.

Mi generación no ha sido tan valorada en la historia como la de mis padres o mis abuelos, pero nosotros hemos pasado en relativamente poco espacio de tiempo de llamar desde una cabina de teléfonos, a manejar las redes sociales y divertirnos con ellas, crear contenido y convertir la IA en un aliado para hacernos la vida más fácil.

En realidad, no sé si el mundo ha perdido o ha ganado con los avances, nos hemos hecho tan dependientes de la tecnología que somos predecibles y controlables por cualquier gobierno, hacemos las cosas en la mitad de tiempo, pero siempre nos falta porque nunca es suficiente, y el estrés intentamos silenciarlo con medicamentos para no reconocer que debemos detenernos en este frenético avance sin punto de retorno. ¿Tú qué crees? ¿Hemos avanzado o retrocedido?

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