Por la Dra. Elvira Zorrero Lara
Académica de la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG)
Para muchos jóvenes y sus familias, el ingreso a la universidad es un momento con significado profundo, mientras que para otros es una decisión fácil. Para algunos, es el resultado de una gran reflexión y de una serie de cuestionamientos. Sin embargo, una vez que se elige la carrera, esta refleja el camino que tomará la vida, y es una de las primeras decisiones importantes que el estudiante dará rumbo a su futuro.
Ante el objetivo de estudiar una carrera universitaria, los estudiantes, al igual que sus padres, se plantean un futuro promisorio, embargados por un sentimiento de seguridad e ilusión, aunque al acercarse el fin de la formación universitaria hay temor, miedo, nostalgia e inseguridad.
Esto ocurre porque, por un lado, el mundo vive una serie de hechos que generan inestabilidad económica y, por otro, porque la vida de las personas atraviesa etapas diferentes, y cada una de ellas incluye una serie de retos.
Sin lugar a duda, el paso de estudiante a profesional es un cambio en la vida que conlleva alegrías y satisfacciones, así como una lista de desafíos. Siendo conscientes de esto, las universidades buscan preparar a sus alumnos con planes y programas certeros, apegados a la realidad, con prácticas que fortalezcan su formación, con metodologías adecuadas y teniendo al mejor equipo docente.
No cabe duda de que es necesario que los futuros profesionales desarrollen habilidades cognitivas, que les permitan afinar sus estrategias para enamorarse del aprendizaje y hacer de este un aliado y pieza clave en su desarrollo profesional.
Pero sabiendo que los futuros egresados mostrarán diversas emociones, es deber de quienes contribuimos a la formación profesional de los jóvenes dotarlos con el mayor número de herramientas, académicas y de valores, que les permitan discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo que debe ser y lo que se debe evitar, entre las acciones que contribuyan a su trascendencia y las que los desvíen de su fin último, así como discriminar la ciencia de la ignorancia.
Asimismo, debemos dotarlos de capacidades emocionales como la resiliencia, que les ayuden a superar las ircunstancias que la vida les ponga; la capacidad de disfrutar los momentos y logros que obtengan; saber agradecer y aprovechar cada una de las oportunidades que la vida les dé; perseverancia, que les permita ser constantes en las acciones que emprendan, así como la empatía, que les deje asumir la responsabilidad y la conciencia de que todos los seres humanos debemos actuar en bien del prójimo.
Los docentes debemos contribuir a la formación integral de los estudiantes, porque las aulas no pueden verse como un espacio en el que hay jóvenes escuchando al profesor, sino como el lugar en el que el futuro de nuestro país y el mundo está consolidando sus habilidades y valores.
Si limitamos el paso por las aulas a un aprendizaje exclusivamente académico, los jóvenes estarán incompletos, y el mundo de hoy demanda profesionales y ciudadanos enteros, con equilibrio en sus acciones y pensamientos, con valores y habilidades que les permitan cumplir sus metas, a la vez que contribuyen de manera activa al desarrollo de una sociedad mejor.