Héctor A. Gil Müller
La libertad se expresa con mucha variedad, se pierde con facilidad, pues siempre es más fácil entrar que salir de aquello que nos atrapa. Es tan seductora la libertad, aún más que la voz de Tania Libertad, pero esquiva en su seducción, pues cualquier desliz mayor que lo que ella misma tolera entrega al libertinaje como un pésimo sustituto.
Tenemos libertad “de”, expresada en el exterior, pero ella se limita conforme los ordenamientos así lo expresan o nuestras propias decisiones nos llevan. Junto a ella existe la libertad “para” que es más complicada, proviene del interior. En ocasiones, aunque no se tenga la libertad “de” accedemos a la libertad “para”. En los gobiernos no es tan diferente, los atavíos propios de un sistema normativo que regula las acciones de un funcionario a efectos de asegurar que sólo pueda hacer lo que la ley expresamente les permite, no será nunca suficiente para regular los apetitos dañinos y malignos que la conciencia humana puede acceder.
El combate a la corrupción empieza desde las acciones que encaminan a corregir un sistema errático, cuyos males estriban en la libertad interior de las personas para decidir sobre tal o cual comportamiento, esa conversión sólo es posible a través de una convicción. Debemos estar convencidos de lo que se quiere. Aristóteles enseñaba que nos convence lo que nos conviene, pero la conveniencia de algo no es revelada por el conocimiento, sino por una emoción hacia lo correcto.
Construir un mundo libre es afirmar que es resultado de nuestras acciones, encaminadas por un marco normativo que nos de claridad, pero finalmente reducida al nivel básico, lo que hacemos.
El combate a la corrupción que se ha convertido en un discurso mundial, debe llevarse, según yo, en tres claridades. Claridad en el propósito, ¿cómo es la sociedad que buscamos como resultado perfecto de la lucha?, México media entre una sociedad que aspira castigar y una sociedad que aspira corromper. Hemos afirmado que la impunidad es el gran mal, pero no es causa de lo causado, sino consecuencia. Parece que hoy vemos un futuro de villanos tras las rejas.
El segundo pilar es claridad en los roles, esto exige saber las funciones, asumir el rol que corresponde a cada encargo. La confusión de funciones genera un mar caótico que busca ser sorteado con facilidades que normalmente resultan ilegales. La simpleza de un buen rol está en la definición del mismo. Saber qué, cómo, cuándo y porqué hacer acercan a la disciplina que es orden y limpieza. La diferencia entre querer, poder y deber no debiera ser jerárquica sino congruente.
El tercer pilar es claridad en los límites, los límites nos dan seguridad y velocidad en el trayecto, saber identificar esos límites nos mantienen en una zona segura, que hemos confundido erradamente con zona confortable. Entender los límites nos llevan a encauzar la decisión.
El primer plano es comunicacional, el segundo plano es estratégico y el tercero operacional, coinciden en el cambio y corrección de aquello que buscamos. Algún día el águila terminará de devorar la serpiente, aunque por hoy nos hemos congelado en esa imagen, pero los símbolos, por más símbolos que sean, también son dinámicos.
Estas notas te pueden interesar
-
Entre Eduardo Rivera y Mario Riestra está el perdedor que, supuestamente, tendrá que llevar al PAN a la “victoria” en 2027
-
Día Mundial de la Diabetes 2024
-
¿Casarte con un estadounidense? Te decimos todo sobre la Visa K-1 y los rigurosos controles antifraude de EE.UU
-
Todo que ganar y nada que perder
-
¿Podrías amar a dos personas a la vez? la premisa de la cinta Straight