EL VALLE
En México el famoso dicho “hasta que la muerte nos separe” no aplica, pues año con año, el otoño y octubre traen consigo una de las festividades más hermosas de nuestro país, el Día de Muertos, celebración en la que las familias mexicanas recuerdan con amor a sus difuntos.
El aroma a Copal ya inunda los portales de la capital mexiquense, dónde la tradicional Feria del Alfeñique ha comenzado a albergar a cientos de visitantes que diariamente acuden en busca de todos los productos para sus altares.
Fue en 1630 cuando esta tradicional Feria se adueñó del Valle Matlatzinca, por ello, para los artesanos es de suma importancia mantener vigentes estos dulces con sabor a muerte.
Esta edición cuenta con la presencia de 84 locales, en los que los asistentes podrán encontrar calaveras de chocolate, dulces de leche, calaveras de tamarindo, obleas, dulces de pepita, figuras de Alfeñique, entre otros productos para sus ofrendas.
En entrevista para El Valle, el artesano e integrante de la mesa directiva de la Feria del Alfeñique, Isidro Garduño García comentó que lleva más de 30 años dedicándose a la producción del dulce.
“Me da gusto ver que cada año llega mucha gente de fuera a visitarnos porque nuestra feria es internacional, entra mucho turismo. Lo que más me agrada es que las nuevas generaciones retomen nuestras tradiciones”.
Asimismo, realizó una invitación a la ciudadanía a visitar la Feria del Alfeñique y consumir las artesanías locales. “Aquí los estaremos esperando, hasta que la flaca nos diga… vámonos”, dijo Ismael.
El Día de Muertos en la visión indígena, implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en su honor.
Para los mexicanos, la muerte no representa una ausencia sino a una presencia viva; es un símbolo de la vida que se materializa en el altar ofrecido.
Su origen se ubica en la armonía entre la celebración de los rituales religiosos católicos traídos por los españoles y la conmemoración del día de muertos que los indígenas realizaban desde los tiempos prehispánicos; los antiguos mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano, la cual coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo alimentario del país.
Las festividades incluyen adornar las tumbas con flores y muchas veces hacer altares sobre las lápidas, lo que en apocas indígenas tenía un gran significado porque se pensaba que ayudaba a conducir a las ánimas a transitar por un buen camino tras la muerte.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, declaró en 2008 esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su importancia y significado.
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