Universitat Oberta de Catalunya
- Eliminar espacios abandonados, vigilar las estaciones, mantener una buena limpieza son elementos que pueden prevenir delitos
- Instalar luces en las calles reduce hasta en un 36% la tasa de criminalidad por la noche y en ambientes al aire libre
Primero crecieron entre murallas, como una forma de defensa. Más tarde, esos muros se derribaron y se crearon las ciudades que conocemos hoy, con más densidad y movilidad. Esto incrementó, en lo positivo y negativo, la seguridad de las ciudades. “La concentración de población en un territorio genera más oportunidades para las actividades delictivas, como sucede con los grandes centros turísticos”, afirma Vicens Valentín, profesor colaborador del máster universitario de Ciudad y Urbanismo. Esto explica por qué las ciudades concentran más actividad delictiva que las zonas rurales. La demografía lo resuelve: “Hay más actividad delictiva allí donde hay más oportunidades de delinquir”, añade el experto.
¿Las ciudades pueden influir el comportamiento de sus habitantes? “El urbanismo puede influir en determinadas formas de planificación que ayuden a mejorar la vida en los barrios y en las ciudades. Si se trabaja en ese sentido, se puede ayudar a reducir esos comportamientos”, explica Valentín. En esta línea, un estudio de la ciudad de Nueva York muestra que instalar luces en las calles puede conducir a reducir hasta un 36 % la tasa de criminalidad en períodos nocturnos y en ambientes al aire libre. Este es solo uno de los factores urbanísticos que pueden influir en la prevención de delitos y un aumento de la seguridad:
El sentido de pertenencia a la ciudad, clave. La capacidad de identificarse con un lugar específico aumenta la seguridad y la percepción de seguridad. “Las personas respetan y protegen los lugares que sienten que les pertenecen. Por ello, es importante consolidar los conceptos de identificación y pertenencia de los habitantes”, explica Valentín.
La importancia de la vigilancia natural. La vitalidad de las calles y de las zonas públicas es un factor muy importante para la prevención del crimen, porque el uso de los espacios públicos genera autovigilancia. La autovigilancia o vigilancia natural es un concepto desarrollado por la ambientalista Jane Jacobs que considera que el sentimiento de pertenencia de la ciudadanía y la actividad ciudadana generan seguridad, una especie de control espontáneo del ambiente urbano por parte de la propia ciudadanía.
“Una buena mezcla de usos (comercial, residencial, recreativo, etc.) y de actividades diversas produce una autovigilancia constante, ya que implica la presencia de usuarios diversos en distintos momentos”, afirma Valentín.
Las auditorías o diagnósticos de seguridad con perspectiva de género: “Son herramientas de participacioìn y debate sobre la percepcioìn de la inseguridad en el espacio puìblico, a la vez que una forma de empoderar a las mujeres para hacer actuar sobre ese medio; y tambieìn suponen un canal de comunicacioìn entre la ciudadaniìa y la Administracioìn”, detalla Valentín.
Evitar espacios cerrados o protegidos del exterior. Para el experto, los planes de desarrollo urbano deben evitar que se prevean zonas más seguras y protegidas respecto del mundo exterior (el cual se percibe como una fuente de inseguridad), porque conducen a la exclusión y producen conjuntos residenciales cerrados o espacios encerrados en siì mismos.
Atención con las estaciones. “Los lugares utilizados por usuarios temporales (las estaciones de ferrocarriles, los puntos de intercambio, etc.) son más vulnerables que otros al crimen, a causa del bajo sentido de pertenencia de los usuarios”, asegura Valentín. Y añade que “hay que considerar estos lugares con mucha atención”.
Eliminación de espacios abandonados convertirlos en comunitarios: Para mejorar la prevención del crimen, los espacios abandonados sin vitalidad, indefinidos o aislados deben evitarse, porque el vandalismo y la criminalidad suelen concentrarse en estos lugares.
Clarificación de los espacios peatonales. “Una red urbana continua y un plan de zonas públicas mejoran la orientación de los usuarios y su percepción de la seguridad. Una buena visibilidad de los espacios peatonales y de los recorridos alrededor de los edificios y a través de las calles favorece la prevención del crimen y aumenta la prevención de seguridad”, comenta Valentín. Por esto, se considera importante, por ejemplo, una buena iluminación en la calzada, porque es un elemento disuasorio para los delitos.
El mantenimiento y la limpieza son disuasorios. “Es necesario emprender actividades de mantenimiento y control para prevenir el decaimiento. En caso de que ya esteì presente, entonces es necesario supervisar cuidadosamente las zonas deterioradas y empezar acciones de recuperación”, afirma Valentín.
Las cámaras de videovigilancia como un elemento más de seguridad. “La vigilancia electrónica (circuitos cerrados de televisión, etc.) es una respuesta preventiva a una planificación insuficiente”, comenta Valentín. Es útil tan solo cuando es parte de un plan de seguridad general.
Cuidado con los elementos provisionales. Lugares en obras, desvíos, barreras temporales y vallas no tan solo producen incomodidades, sino que también dan origen a lugares potencialmente peligrosos. Tanto los arreglos provisionales como los lugares en obras y los cercados, cercanos a los espacios utilizados, han de planearse en términos de seguridad.
La criminalidad real y la percibida
El continente americano ha mantenido la mayor tasa de homicidios durante las dos décadas de este siglo con casi 2,4 millones de casos. A esta región, con solo el 8% de la población mundial, le correspondió en 2018 el 50% de los homicidios registrados a nivel mundial de acuerdo con los datos recabados por las Naciones Unidas en más de 202 países. Este nivel de participación se ha incrementado casi de manera constante en lo que va del siglo XXI.
“Cuando hablamos de inseguridad, hablamos de un concepto complejo y sujeto a la percepción de las personas en su relación vital con el medio urbano”, explica Valentí. “No han cambiado demasiado las condiciones de vida de la ciudadanía respecto de los años anteriores a la pandemia y, además, no se conocen nuevas propuestas para hacer frente a la inseguridad, más allá de hacer crecer el número de uniformados de la policía o confiar (e invertir mucho dinero) en material de prevención situacional, como cámaras de circuitos cerrados de televisión, drones y elementos de seguridad privada”. Estas políticas no reducen la criminalidad, pero, en cambio, mantienen o hacen crecer la percepción de miedo a la inseguridad.
Según el experto, el problema de la inseguridad ciudadana se sustenta en la confusión (en buena parte interesada de algunos actores sociales y políticos —desde el sector empresarial de la seguridad hasta las posiciones populistas de algunos partidos—) entre la dimensión objetiva (la probabilidad de ser víctima de una agresión personal) y la dimensión subjetiva (el temor difuso a la delincuencia). Esto hace que, sin apenas necesidad de distinguir entre el riesgo real y el percibido —que, a pesar de sus evidentes interconexiones, aparecen claramente diferenciados—, “las demandas de seguridad (la solicitud de la ciudadanía de servicios de protección, sean públicos o privados) se apoyan en un temor difuso a la delincuencia que, a pesar de contener el riesgo real de ser víctima de una agresión, adquiere vida propia al margen de la evolución real de los índices de delincuencia”, concluye Valentín.