Por María Beatriz Muñoz Ruiz
Si te dicen “dime que tienes perro sin decirlo” ¿Cómo lo harías? Yo lo tengo claro, les enseñaría los cordones de mis zapatillas, quien tenga perro me entenderá, y para el que no lo tenga, les aclaro que, si dirigen su mirada a mis zapatillas, no existen cordones como tales, mis cordones son hilos sujetos por la parte de arriba que, gracias a la práctica, he sabido atar, como una autentica profesional del ilusionismo, para que no se note.
Mucha gente dice que no merece la pena tener perros, que te arruinan los muebles, las vacaciones, tus momentos libres, tus ratos de relax… pero no entienden que cuando esa alma pura llega a nuestras vidas es para quedarse en ellas, no saben que cuando ellos disfrutan jugando con otros perritos, tú también disfrutas, no saben lo que es que llegues del trabajo y te reciba con saltos de alegría, no saben lo que es sentir su cuerpo encima de tus piernas, porque no desea dormir en ningún sitio que se halle alejado de ti.
¿Es complicado? Por supuesto que lo es, pero merece la pena sacrificar tu tiempo por ese ser que te ama incondicionalmente.
Ya en otro artículo anterior hablé sobre mi perrito Denver, lo adoptamos en Navidad, me enamoró su carita de bueno y sus enormes ojazos, lo que no sabía era que la raza de los Bodegueros era hiperactiva. Nos decían “es un cachorro, es normal que quiera jugar todo el rato” pero ya tiene cinco meses y en vez de tener un perrito parece que tenemos veinte; se ha comido ya tres canastos, los cordones, las chanclas, un trozo de mi nuevo poemario, dos correas y un montón de cosas más, y, sin embargo, cuando lo miro dormidito encima de mis piernas, no puedo evitar achucharlo y pensar en la suerte que tengo de tenerlo.
Pero normalmente no nos damos cuenta de lo mucho que queremos a alguien hasta que lo perdemos; con Denver nos sucedió a los dos meses de tenerlo; le pusieron la vacuna de los tres meses y le sentó tan mal que, si no hubiera sido por su Veterinario, ahora mismo no lo tendría junto a mí.
Y ahí llega mi agradecimiento a todos esos veterinarios que aman a los animales y lo dan todo por salvarlos, especialmente al veterinario de mi Denver, Néstor. Él y Paula, jamás se dieron por vencidos con él, daba igual a la hora que los llamase que me atendían con amabilidad y preocupación, daba igual que me presentase en cualquier momento con mi perrito en brazos, ellos lo veían.
Uno de los primeros fines de semana después de la reacción de la vacuna, su veterinario estaba cerrado y tuvimos que llevarlo a una clínica de urgencias por el bulto que le había salido tan descomunal en la cara, y, sinceramente, espero no volver a llevarlo allí jamás; algunos veterinarios deberían comprender que aunque sean animales, son como nuestros niños, si les tocas donde les duele, van a llorar, y si sigues tocándole de forma brusca y sin mostrar un mínimo de cariño hacia ellos, pues lo más probable es que te muerdan, y si ellos no lo hacen, lo hacemos nosotros.
Sin embargo, Néstor ama a los animales, y ellos lo saben. Después de la cantidad de inyecciones que le han tenido que poner a mi Denver, después de una operación y del antibiótico, lo ve y le lame la cara mientras le mueve el rabo.
Los animales son como los niños, perciben si los quieres o no, así que mil gracias a la clínica veterinaria de Arabial por su comprensión, por su preocupación y seguimiento, pero sobre todo por su amor hacia estos seres que darían su vida por nosotros. Las personas crecemos y nos volvemos egoístas, pero ellos incluso de ancianos, nos aman como el primer día.
Gracias por empatizar con nosotros y comprender lo mal que lo pasamos cuando los vemos enfermos, gracias por vuestro apoyo y vuestro tiempo. Mi Denver es hoy un perrito sano, hiperactivo, un poco loco, gracioso y destrozón; pero nuestra vida ya no sería igual sin él, así que gracias por curarlo.