Héctor A. Gil Müller
Es sabio advertir las señales. Los Moken son un pueblo ancestral, asentado desde hace 4000 años en el sureste asiático, cuentan con un idioma no parecido a ningún otro, sus tradiciones y su cultura pesquera y nómada los han llamado “gitanos del mar”. Saltaron a la fama cuando un terrible tsunami golpeó la región en 2004. Ese tsunami, resultado del terremoto de Sumatra-Andamán, está considerado como el segundo más potente en la historia del sismógrafo. Ocasionó una gigantesca ola que afectó entre otras partes a Indonesia arrebatando la vida de más de 260,000 personas.
Los Moken, que viven justo en la región de mayor impacto no sufrieron ninguna pérdida humana, sensibles al mar, entendieron las señales de alerta y huyeron internándose en zonas altas, solo perdieron algunas pertenencias. Esta razón les hizo saltar al estrellato antropológico y hoy enfrentan una ola mayor, la de turistas.
Este pueblo fue sensible a las señales, conoce más lenguajes que el propio, de hecho, conoce lenguajes que no hablan los humanos.
Nosotros hemos dejado de leer las señales, si no leemos ni los periódicos menos vamos a andar leyendo los vientos, las lluvias o al sol.
Pero cada situación encierra señales, que advierten o preludian algo mayor o menor, mejor o peor. Aprender de las señales no requiere palabras, requiere atención, misma que hoy se merma ante tanta información, porque el terrible costo de tanta información consiste en el sacrificio de la mínima atención. Los currículos hoy son más extensos, pero con letras más pequeñas, las frases son más replicadas, pero con un menor entendimiento, valoramos tan poco que pierde nuestra atención.
Las señales advierten una interpretación del futuro. Algunas buenas y otras malas, desconcertantes seguramente, pero descriptibles.
La señal que identifica a un barco es su bandera. Un barco sin bandera es una nave que aún no ha sido conquistada, no podemos andar por la vida sin sabernos parte de algo, cada comportamiento debe sumar, intencionalmente a lo que queremos, a aquello que nos ha conquistado.
La vida exige tomar decisiones, mismas que significan construir un estilo de vida, ya sea por adopción o por adaptación, a la normalidad (que es la única, que es la actual). Tras el fatídico 11 de septiembre del 2001 el mundo cambió y nadie ha reconocido que la forma de viajar ha vuelto a lo que antes era, hoy nos parece normal los filtros de seguridad que antes no existían. Lo mismo ocurre con COVID, las organizaciones aprendieron nuevas formas de eficiencia, la sociedad descubrió valores y condenó beneficios. El 9/11 no frenó el turismo aéreo, como COVID19 tampoco frenó a la vida ni a las instituciones.
El retorno a las aulas es inminente, ante una pandemia que avanza, que sigue viva, en una complicada realidad en la que “podemos” exponer a los niños a un virus para el que están protegidos solamente por su edad y salud. Pero son decisiones. Decisiones de un barco con bandera, lo que aún no sé es si es un barco con bandera que viene de la batalla o que apenas va.