
Fue una noche de julio de 1971 cuando María Trinidad Ramírez Poblano decidió acabar de tajo con el maltrato que ella y sus cinco hijos habían sufrido por años a mano de su marido, un peluquero llamado Pablo Díaz.
Ese mismo día, por la tarde, Pablo había propinado los ya recurrentes ‘cinturonazos’ a los tres vástagos más pequeños de la mujer, dejándoles marcas en su cuerpo y marcando aún más las de días anteriores, esas que ya no desaparecen.
Cuando el peluquero dormía, María, quien se dedicaba a vender tamales en la colonia Portales del entonces Distrito Federal, tomó un bate de beisbol y sin pensarlo dos veces le propinó tres fuertes golpes a su cónyuge, quien ya no pudo recuperar el aliento para levantarse.
Los relatos periodísticos del último tercio del siglo XX, en especial de La Prensa, refieren que al ver a su marido ensangrentado e inconsciente, la mujer, con la cabeza fría y el cuerpo tembloroso, tomó la decisión más difícil de su vida: descuartizar el cuerpo, meterlo en algunos costales de la Conasupo que tenía para trasladar la hoja de maíz con los que envolvía los tamales y tirar los restos en la calle.
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