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En la búsqueda de un modo rápido de proteger, entre otros, a los trabajadores sanitarios, los científicos prueban una vacuna que fue desarrollada hace cien años para luchar contra el flagelo de la tuberculosis en Europa.
La vacuna de bacilo Calmette-Guérin (BCG) aún se usa ampliamente en el mundo en desarrollo, donde los científicos han encontrado que hace más que prevenir la TBC. La vacuna previene las muertes infantiles derivadas de distintas causas y reduce la incidencia de las infecciones respiratorias.
Al parecer la vacuna “entrena” al sistema inmune para reconocer y responder a una variedad de infecciones, entre ellas de virus, bacterias y parásitos, dicen los expertos. Aún hay poca evidencia de que la vacuna mitigue la infección de coronavirus, pero una serie de ensayos clínicos podrían tener la respuesta en cuestión de meses.
El 30 de marzo, científicos en Melbourne, Australia, empezaron a administrar la vacuna BCG o un placebo a miles de médicos, enfermeros, terapeutas respiratorios y otros trabajadores sanitarios en el primero de varios ensayos aleatorios controlados que buscan probar la efectividad de la vacuna contra el coronavirus.
“Nadie dice que esto sea una panacea”, dijo Nigel Curtis, un investigador de enfermedades infecciosas en la Universidad de Melbourne y el Instituto de Investigación Infantil Murdoch, que planeó el estudio. “Lo que queremos hacer es reducir el tiempo de molestias de los trabajadores de salud que se infectan para que se recuperen y vuelvan a trabajar más pronto”.
Un estudio clínico de mil trabajadores sanitarios se puso en marcha hace poco más de veinte días en Holanda, dijo el doctor Mihai G. Netea, especialista en enfermedades infecciosas en el Centro Médico de la Universidad Radboud en Nijmegen. Para el 2 de abril, 800 trabajadores se habían enlistado para participar (como en Australia, la mitad de los participantes recibirán un placebo).
La doctora Denise Faustman, directora de inmunobiología en el Hospital General de Massachusetts, también busca financiamiento para lanzar un ensayo clínico de la vacuna entre trabajadores sanitarios en Boston. Los resultados preliminares podrían estar disponibles tan pronto como en cuatro meses.
“Contamos con datos muy sólidos de ensayos clínicos con humanos —no ratones— de que esta vacuna protege de infecciones virales y parasitarias”, dijo la doctora Faustman. “Me gustaría empezar hoy”.
La vacuna BCG tiene una historia inusual. Su inspiración nació en el siglo XIX, cuando se vio que a las lecheras no les daba tuberculosis. La vacuna lleva el nombre de sus inventores, los doctores Albert Calmette y Jean-Marie Camille Guérin, quienes la desarrollaron a principios del siglo XX a partir de la Mycobacterium bovis, una forma de tuberculosis que infecta al ganado.
Los científicos cultivaron raspado bacteriano de las ubres de las vacas y siguieron cultivando la tuberculosis bovina durante más de una década hasta que esta era tan débil que ya no enfermaba de forma virulenta a los animales de laboratorio.
La vacuna se utilizó por primera vez en humanos en 1921 y se adoptó ampliamente después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, la BCG se usa sobre todo en el mundo en desarrollo y en los países donde prevalece la TBC, en donde se le administra a más de cien millones de bebés cada año.
Como otras vacunas, la BCG tiene un objetivo específico: la tuberculosis. Pero la evidencia acumulada en la última década sugiere que la vacuna también tiene efectos adicionales, al reducir las enfermedades virales, infecciones respiratorias y sepsis y parece fortalecer el sistema inmunitario del cuerpo.
La idea se deriva de la “hipótesis de la higiene”, que sugiere que el énfasis moderno en la limpieza ha desprovisto a los niños de la exposición a los gérmenes. La falta de “entrenamiento” ha resultado en sistemas inmunitarios debilitados, menos capaces de resistir enfermedades.
Una de las primeras investigaciones que exploró los beneficios más amplios de la vacunación con BCG fue un estudio aleatorio de 2320 bebés en Guinea-Bisáu en África occidental, publicado en 2011, que reportó que las tasas de mortalidad entre los bebés de bajo peso se redujo dramáticamente después de la inmunización. Una prueba de seguimiento reportó que las tasas de mortalidad de enfermedades infecciosas en bebés de bajo peso que fueron vacunados se redujeron en más del 40 por ciento.
Otros estudios epidemiólogos —entre ellos uno de 150.000 niños en 33 países que duró 25 años— han reportado un 40 por ciento de menor riesgo de infecciones agudas del tracto respiratorio inferior en los niños que recibieron la vacuna BCG.
Un estudio en personas de la tercera edad reveló que las vacunas consecutivas de BCG reducían la incidencia de infecciones agudas del tracto respiratorio superior.
Una revisión reciente de la Organización Mundial de la Salud concluyó que la BCG tenía “efectos fuera del objetivo” benéficos y recomendó realizar más pruebas de la vacuna contra un rango más amplio de infecciones.
“Esta vacuna ha salvado tantas vidas como la vacuna contra la polio, es una historia increíble”, dijo el doctor Curtis, quien diseñó y lanzó la prueba de BCG en Melbourne con la esperanza de ir un paso adelante de la propagación del coronavirus en Australia.
Aunque dijo que la vacuna BCG no era suficientemente apreciada, también enfatizó que se trata de “una vacuna no específica para la COVID-19”. La BCG no puede administrarse a quien tiene el sistema inmunitario débil, pues es una vacuna viva atenuada, es decir, contiene tuberculosis viva pero debilitada.
La doctora Faustman dijo que no debería utilizarse en pacientes hospitalizados con una enfermedad activa porque era posible que no surtiera efecto con rapidez suficiente y podría interactuar negativamente con otros tratamientos.
No todos están convencidos de que la BCG sea prometedora. El doctor Domenico Accili, un endocrinólogo en la Universidad de Columbia, dijo que creía que los esfuerzos por utilizar la vacuna contra el coronavirus sonaban “un poco como pensamiento mágico”.
Si bien reconoce que la BCG es “un refuerzo que no es específico del sistema inmune”, dijo, “deberíamos poder implementar un enfoque más personalizado”.
Una pregunta es qué efecto puede tener la vacuna en pacientes cuyos sistemas inmunes reaccionan de forma exagerada al coronavirus, lo que resulta en las llamadas tormentas de citoquinas. El doctor Randy Cron, experto en tormentas de citoquinas de la Universidad de Alabama en Birmingham, dijo que era imposible saberlo.
Un análisis reciente del impacto desigual que el nuevo coronavirus ha tenido en los países de ingresos medios y altos encontró una correlación con políticas de inmunización con BCG y concluyó que los países que no implementaron o habían abandonado el programa de vacunación universal BCG han tenido más infecciones por coronavirus per cápita y mayores tasas de mortalidad (los países de bajos ingresos fueron excluidos del análisis debido a los datos poco confiables de sus informes de la COVID-19 y los sistemas médicos en general deficientes).
“Se puede hacer una nueva vacuna”, dijo la doctora Faustman. “Somos realmente inteligentes y podemos hacerla. Pero faltan dos años. Y dos años serán dos años demasiado tarde”.
“Si tenemos a mano algo genérico a nivel mundial que podemos usar de inmediato para fortalecer al huésped humano, es una situación muy benéfica para el público”.