La mano que mece la cuna del mundo

Por María Beatriz Muñoz Ruiz

La denominación de mito, leyenda o rumor, suele tomarse por ficticio, simplemente porque no existen pruebas para demostrarlo, todas las pruebas son destruidas o meticulosamente protegidas por las grandes esferas. Creo que la sociedad tampoco estaría preparada para asumir las verdades y los secretos mejores guardados de la historia.

El teléfono rojo sonó en el despacho de la presidenta de gobierno, no era literalmente rojo, pero por lo demás, era tal como todo el mundo se lo imaginaba, por desgracia no habían llegado a tiempo de eliminar al que filtró la información.

–Sí, lo sé, es complicado, me resistía, pero entiendo que tenemos que optimizar los recursos, la guerra empieza a pasar factura, y la situación va a ir a peor–dijo la presidenta de España desde su despacho– me uniré a vuestra propuesta en la reunión.

Después de aquella conversación, Olga García Escobar, presidenta del gobierno de España, se puso un discreto abrigo negro, y se dispuso a acompañar a su guardaespaldas hasta el coche que la llevaría, esta vez, muy cerquita de allí, a un piso discreto en pleno centro de Madrid. La última reunión fue en Alemania, pero esta vez se había acordado que sería en España, un sitio que por aquellas fechas se encontraba algo alborotado por las protestas a la sanidad pública y los conflictos entre partidos políticos. Cualquiera habría pensado que el mejor sitio donde reunirse sería a las afueras, pero que mejor oportunidad de pasar desapercibidos que entre manifestaciones, gritos y protestas.

El coche de Olga no aparcó, se detuvo en un semáforo cerca del piso donde iban a reunirse y salió apresurada. Su indumentaria era sencilla; unos vaqueros, una camiseta básica, calzado casual y su abrigo negro. El bloque era antiguo, pero tenía ascensor, y al contrario de lo que cualquiera habría pensado al ver aquella vieja fachada, el tercero B era un espacio diáfano, meticulosamente amueblado estilo moderno, con una gran mesa ovalada preparada para albergar a los más altos mandatarios de todos los países.

Cuando Olga llegó, ya habían llegado los presidentes de Francia, Alemania, EEUU e Italia. Poco a poco fueron reuniéndose, como decía Olga “la mano que mece la cuna del mundo”.

–Tenemos que deshacernos de los ancianos, no dejan avanzar a la sociedad joven y nos están costando demasiados dineros al gobierno, con todo el dinero que nos gastamos en sus pensiones podríamos asumir la crisis que se nos viene encima– dijo el presidente de uno de los países allí presentes, llamémoslo señor R.

–Mi país necesita deshacerse de los inmigrantes, su pobreza nos arrastra al fracaso económico y consume todas las ayudas; si el nivel de vida sube, habrá más gasto, más consumo y por lo tanto el dinero se moverá. –comentó otro al que llamaremos señor T

–¿Pero de verdad creéis que el problema es la inmigración? Ellos realizan trabajos que nadie quiere, y no todos son pobres y tontos, estamos hablando que huyen de su país porque no se les dan las condiciones de vida que necesitan para vivir o sobrevivir. Lo que tendríamos es que mirar cada uno a su propio país y pensar que, si creáramos unas condiciones adecuadas de subsistencia, la gente no querría salir. –Acusó la señora V mirándolos a todos.

–Claro, si eso fuera tan fácil de hacer no estaríamos aquí reunidos, terminaríamos con el hambre en el mundo y estaríamos hablando de una utopía. – protesto el señor X.

–Pero no estaríamos hablando de un genocidio, habláis de las personas como si fueran números en una cuenta bancaria, por eso regla de tres lo suyo sería acabar con la vida de los pobres y dejar a los ricos e inteligentes que puedan servir al país, aunque no sea suyo – discutió la señora V.

–Efectivamente, el que no aporte se aparta, estamos hablando de números. Tenemos que sacrificar a unos pocos para asegurarnos la subsistencia de otros– intervino el señor T.

–Pues si es así debería abstenerse de intervenir en la guerra, ¿no cree? Debería preservar a los soldados jóvenes y sanos–contestó la señora V.

El señor T la miró con el entrecejo fruncido a punto de protestar de nuevo, pero la presidenta de otro país que se sentaba junto a él, lo instó a calmarse y se dispuso a hablar–Creo que estamos alargando demasiado esta reunión, si nos estamos arriesgando tanto a ser descubiertos es porque los recursos están siendo amenazados por uno de los países que se hallan en guerra. Todos sabemos cómo acabar con ellos rápidamente, en eso estamos de acuerdo, pero también debemos comprender que la decisión que hemos tomado va a salpicar a nuestros países, y lo que menos necesitamos son cargas innecesarias y recursos gastados en gente que por desgracia no aporta nada. – dijo la señora H haciendo una pausa en su discurso y suspirando sonoramente– Los eslabones más débiles de cualquier país son los ancianos y los enfermos, si nos deshacemos de ellos descongestionaremos los hospitales a largo plazo y nos ahorraremos pensiones.

–Ya se creó un virus en su momento e hizo muy bien su función, no podemos volver a lanzar otro virus, es demasiado evidente, ¿Cómo pensáis hacerlo esta vez? – preguntó la señora V, dando claras muestras de su desconformidad.

Olga se movía intranquila en su asiento y manoseó los documentos que tenía bajo sus manos, carraspeó y habló algo insegura cuando todos la miraron– un equipo de investigación médica y científica ha estado haciendo algunas pruebas con una mezcla de sustancias; una combinación de nanopartículas de arsénico, compuestos organofosforados y una sustancia derivada de plutonio modificada químicamente, lo hemos estado probando en algunas personas para ver los efectos y según los resultados, podrían ser la solución a nuestros problemas.

–¿Se puede saber cómo los has envenenado? – preguntó con curiosidad el señor T.

–Vacunas– contestó Olga, – todos los compuestos encapsulados en un microchip implantado en una vacuna.

–Inteligente– dijo el señor X– la solución a un problema nos ayuda a arreglar otro problema ¿Y se pueden saber los posibles efectos de lo que acabas de decir?

Olga cogió unas notas y las leyó en voz alta– En primer lugar, tendría que deciros que se produciría una liberación gradual, es decir, el microchip liberaría pequeñas dosis de VX-8 una nanotoxina que penetra en los tejidos a nivel celular.

Por otro lado, las nano partículas de arsénico interrumpen el ADN celular, lo que provoca la replicación anormal de células, dando lugar al desarrollo de cánceres agresivos como leucemia o tumores cerebrales.

Los compuestos organofosforados dañan lentamente el sistema nervioso central, causando parálisis y fallos multisistémicos después de un periodo de exposición prolongado.

La sustancia derivada del plutonio, aunque sería administrada en pequeñas cantidades, provocaría daño celular debido a la radiación, lo que agrava el desarrollo de enfermedades degenerativas y cáncer.

–Su plan está bien, pero sería demasiado arriesgado, en la autopsia saldría algo, y no podemos comprar a todos los médicos– expuso sus inconvenientes la señora H.

–Ya lo hemos pensado, el microchip sería programado para liberar pequeñas cantidades de la sustancia a lo largo de varios meses, los síntomas no se manifestarían hasta mucho después, lo que dificultaría rastrear el origen del envenenamiento e incluso si se hace bien sobre una sociedad seleccionada, en muchos casos ni cabría la necesidad de autopsia; muchas personas mayores mueren por la edad, y los que ya están enfermos se supondrá que han empeorado por sus respectivas enfermedades.–Explicó Olga.

Todos asintieron, a la mayoría les pareció una buena idea, aunque hubo algunos que se opusieron e intentaron buscar opciones más civilizadas.

Cuando Olga volvía en el coche a su casa, no pudo evitar fijar su mirada en cada persona a la que su investigación había condenado, entonces en su mente apareció el rostro de su madre, una de las personas más importantes de su vida.

Por su rostro cayeron dos lágrimas y el pánico de una hija, madre y esposa, que intentaría proteger por todos los medios a las personas que más amaba.

Entonces dio gracias por tener la maldición de ser la ejecutora y poder salvar a algunos condenados sin que nadie lo supiera.

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